Las manifestaciones que hemos visto desde el 22 de enero son fruto de una indignación acumulada por décadas. Pero mientras ya vamos para un año marchando, el Gobierno sigue hipotecando el país con préstamos para financiar la corrupción, Odebrecht sigue operando, y no hay un solo funcionario preso por corrupción.

Nos hemos manifestado de las formas más multitudinarias que se han visto en la historia del país, y el Gobierno sigue de risitas, burlándose de nosotros. Ya la conciencia despertó lo suficiente como para que nos demos a respetar.

La indignación ha mostrado su fortaleza, pero… ¿qué hemos hecho con esa fuerza? ¿Con los cientos de miles de firmas del Libro Verde?

¿Con las grandes marchas? Por lo visto nos hemos contentados con ladrar, pero no hemos hecho el primer amague en morder.

Los que hemos marchado, no lo hemos hecho por ir a hacer ejercicio, ni porque no teníamos otra cosa que hacer los domingos. Hemos marchado por cambios, por sanciones, por una serie de cosas de las que no hemos logrado una sola.

Marcha Verde deber retomar su naturaleza original como frente de lucha, y no como una simple válvula de escape. Un desahogo para que la presión se disipe y la olla no explote.

Vayamos pensando en un paro nacional, para obligar al Gobierno a escuchar los reclamos de justicia. Que se vea obligado acceder a nuestras exigencias o no lo dejaremos gobernar.

No esperemos que un gobierno fraudulento, ilegítimo e inescrupuloso va ceder por las buenas… Sin dejar de ser cívicos y pacíficos, seamos radicalmente cívicos y pacíficos, pero radicales.