Los aportes ideológicos de Juan Bosch: Contribución para su debate

Los aportes ideológicos de Juan Bosch: Contribución para su debate

Los aportes ideológicos de Juan Bosch: Contribución para su debate

Matías Bosch Carcuro.

En la República Dominicana a menudo se hace difícil debatir. En ocasiones, no se le ve mayor sentido, se toma como un vago ejercicio “teórico”. En otras oportunidades -harto frecuentes- la polémica se lleva al territorio de la ofensa o del insulto, o la discrepancia es tomada como afrenta. Creo que esto es herencia de una historia política y cultural transcurrida en su mayor parte en tiempos de caudillismo y autoritarismo, de culto a la personalidad y dictadura.

El dominicano ha experimentado, por un lado, que la opinión propia ha tenido poco valor, poca incidencia en los hechos sociales; y por otro, el castigo físico y hasta la muerte por el solo acto de disentir.  Así que mejor quedarse callado, evitando perder el tiempo o transformarse en “enemigo” o blanco de ataques feroces.

Pero esta conducta no es la que necesita una democracia. Así que, tomándoselo uno en serio, hay que dar el paso y contribuir al debate. Hay que polemizar y hacer que en el campo de las ideas encontradas -no en el silencio yermo- surjan las convicciones y las verdades plausibles.

En tal sentido tomo y rebatiré planteamientos hechos por el doctor Leonel Fernández, en su columna del pasado lunes 24 de octubre de 2016 en Listín Diario (http://www.listindiario.com/la-republica/2016/10/24/440325/la-ideologia-del-pld), en la cual dedica varios párrafos a apuntar los aportes de Juan Bosch a la ideología del PLD.

Lo voy a hacer con el ánimo de clarificar ideas, evitar confusiones y que encaminemos el debate hacia -entiendo yo- donde debe ir. Sobre todo, si se quiere hablar de qué trató de hacer Juan Bosch cuando se empeñó y consagró a la actividad política dominicana -incluyendo la fundación del PLD- desde 1939 hasta su retiro en 1994.

En primer lugar, quiero decir enfáticamente que Bosch no fue parte de la llamada “izquierda democrática”. Es más, Bosch llegó a decir que la izquierda democrática fue un invento y creación de periodistas norteamericanos. Y esto hay que decirlo porque es importante para evitar confusiones sobre quién fue Bosch y qué propuso para este país.

Antes de su evolución al marxismo, él no consideraba que la democracia (representativa, burguesa, liberal) pudiese ser de izquierda (comunista) y menos aún lo creyó luego de haber adoptado el pensamiento de Marx y Engels: si algo no podía ser un hombre o una mujer de izquierda era creyente en la democracia, entendiendo esta no en su sentido abstracto sino la democracia representativa, burguesa y liberal, representativa, propia del capitalismo consolidado y expandida al mundo desde los Estados Unidos. Para él, los Estados Unidos querían imponer al mundo SU democracia, y ni siquiera esto era verdad, porque cuando los pueblos del Tercer Mundo se levantaban -como hizo el dominicano en 1965- para defender la democracia representativa, los primeros en actuar en contra de esos intentos eran las élites y la jefatura militar de Estados Unidos.

Pero acotemos algo más: En su etapa pre-marxista Bosch creía en la democracia como la había conocido en otros países no socialistas ni comunistas y no la veía compatible con la izquierda… Pero ni siquiera en esa etapa, en que Bosch no se reconocía como hombre de izquierda, sus ideas pueden quedar difusas en un sencillo anti-trujillismo, en lo meramente anti-dictatorial y menos en la falsa “izquierda democrática” que lo confunde con Rómulo Betancourt o con Haya de la Torre. Las circunstancias no pueden ser jamás confundidas con la sustancia de los hechos.

En ese período Bosch era un convencido de que el comunismo no era la fórmula, pero decididamente creía en muchas más cosas que en el fin de las dictaduras y el imperio de las libertades. Bosch creía firmemente en lo que llamó una “revolución democrática” o como él mismo dijo: un pensamiento “democrático-revolucionario”, que se trataba de, bajo un régimen de libertades públicas plenas, construir y asegurar la justicia social también plena.

Mientras Haya de la Torre, Figueres y otros se volvieron decepcionantes proyectos para sus países, atrapados en la ambigüedad, y Betancourt y el régimen de Punto Fijo trajo de nuevo la sangre y la represión para Venezuela, aupada por una nueva oligarquía económica y política, Bosch se alejó cada vez más de esas figuras y de esos proyectos. Bosch trajo a la República Dominicana un planteamiento en el cual la democracia era antagónica no solo con las tiranías sino también con la existencia de clases explotadoras, con la opresión y la dominación social. Para Bosch se trataba de que -aún creyendo en la viabilidad de una fórmula representativa- el pueblo gobernara, y cuando hablaba del pueblo se refería a “los hijos de Machepa”. Eso que ya estaba instalado y era parte de su ser político -si se estudia a Bosch con rigor y seriedad- se va a ir profundizando y amplificando en sus posturas post-65.

Por tanto, insistimos: no solo podemos decir que la izquierda democrática -según el propio Bosch- fue una invención de medios norteamericanos para antagonizar a una izquierda “abierta y tolerante” con otra “comunista y totalitaria”… Sino también que el planteamiento de Bosch siempre fue a la raíz social como sustancia y meollo del futuro de la democracia. Por eso se volvió, antes de evolucionar al marxismo, en un enemigo a derribar a los ojos de las élites locales y de Estados Unidos, desde su llegada en 1961. Por algo el golpe de Estado y por algo el entreguismo de los grandes apellidos después.

La invasión de 1965, sumada al golpe de Estado de 1963, no produjo -como se dice en la referida columna- una “desilusión” en Juan Bosch. Bosch no estaba ilusionado con la democracia. Su visión de la democracia era mucho más realista que fantasiosa o infantil. Bosch tenía claro en su mente un proyecto de transformación de las estructuras económicas y sociales que sometían al sufrimiento a las mayorías, y lo que esos hechos sí producen en Bosch es la necesidad de hacerse las preguntas correctas y buscar las mejores respuestas posibles. Por eso, recordemos, viaja al sudeste asiático “a buscar la Verdad”, así con mayúsculas. Ese evento en su vida es uno de los más potentes por sus resultados y de los más admirables también, dado las escasas figuras políticas de renombre que han sido capaces de reflexionar, autocriticar y reconstruir todo su esquema mental. Ese evento es lo que hace de Bosch, en los hechos más que en la prédica, un hombre intelectual y moralmente honesto, genuino.

La mentira de Estados Unidos de alzarse como paladín de la democracia e invadir a un país débil para impedir que triunfen en este los defensores de esa democracia, y la guerra de Vietnam -algo que Leonel Fernández parece no tomar en cuenta- le remiten a Bosch no a un desconsuelo por una  democracia ideal e inalcanzable, sino a que Estados Unidos y sus aliados locales son los que NO creen en la democracia, porque cualquier proyecto democrático mínimamente serio y honesto atenta contra las oligarquías y contra la dominación imperialista. No es Bosch el que deja de creer en la democracia: Bosch descubre que la democracia tiene enemigos históricos megapoderosos, porque una democracia verdadera antagonizaría contra su fuente de existencia, que son la explotación y el saqueo de nuestros países y las mayorías populares.

Junto con las lecturas de Marx, Engels y Lenin en 1969 -otra gran omisión del referido texto- Bosch concluye que no hay democracia real posible bajo el dominio de esos dos actores: las oligarquías y el imperialismo. Repito: eso no es una desilusión de Juan Bosch, es una constatación práctica y teórica, hecha en primera persona. No se puede entender su estudio del Caribe como “frontera imperial”, del “pentagonismo”, de la “composición social” del país y su propuesta de una “Dictadura con Respaldo Popular” sin comprender dicha constatación ni hacerse cargo de sus consecuencias.

Dicho esto, desde mi punto de vista, el problema de Bosch no es -como señala el doctor Fernández- que las condiciones materiales no permitían el Estado de derecho ni la democracia, como si Bosch fuera uno de los “etapistas” socialdemócratas que creía entonces que había que garantizar un capitalismo “humano” en República Dominicana para ver florecer el orden burgués y todas sus virtudes y excelencias, y tal vez luego esperar el advenimiento del Reino de los Cielos. NO: Bosch constata que a los países subalternos y dominados no le es dada la democracia capitalista porque a su función colonial no le es dada la sociedad burguesa, y cualquier intento de ponerla a funcionar sólo será una farsa, una estafa a los pueblos. Bosch no se hace enemigo de la democracia: la democracia no le está permitida a nuestros pueblos. La verdadera democracia, que sería no meramente elegir sino terminar con la opresión de minorías sobre mayorías.

Entonces, quien lea la tesis “Dictadura con Respaldo Popular” y el folleto “Qué es un partido de liberación nacional”, se dará cuenta que no es como dice el doctor Fernández en su columna en cuanto a que el PLD (nacido en 1973) “se sentía parte del movimiento revolucionario” porque el camino democrático-electoral estaba cerrado en nuestros países. Es exactamente al revés: el camino electoral en nuestros países estaba cerrado para el movimiento revolucionario del cual eran parte Bosch y el PLD, precisamente porque era revolucionario.

De leerse los folletos de la época, la tesis “Dictadura con Respaldo Popular” y la obra “Composición Social Dominicana” se comprenderá rápidamente que Bosch no hubiese sido simplemente un anti-neoliberal o un «demócrata progresista»: Bosch fue primero antioligárquico y antiimperialista, y anticapitalista en el horizonte de largo plazo. Un revolucionario que basado en la experiencia latinoamericana y vietnamita (luego centroamericana, granadina, y un largo etcétera) consideró que el socialismo no era una etapa alcanzable en el horizonte visible, y que la ruta para alcanzar la revolución y la plena justicia social era la “liberación nacional”, primero como culminación de la verdadera independencia y segundo como garantía de la dignidad plena para todos los seres humanos en el país y en el Tercer Mundo.

Para Bosch, en sus propias palabras, “no es la sociedad dominicana la que ha fracasado, sino el sistema en el cual ha estado viviendo” y ser revolucionario no era una reacción a que el camino electoral estuviese cerrado, sino que era una necesidad histórica porque eran imprescindibles transformaciones inviables bajo el dominio de la oligarquía y el imperialismo, y el país nunca lograría salir del subdesarrollo, la miseria y el hambre. La idea es clara, de nuevo en sus propias palabras, y a nadie debe quedarle dudas ni alterar su sentido profundo; dice Bosch: “No somos nosotros los que hemos fracasado; ha sido el sistema social, económico y político en que hemos vivido. En vez de suprimir la vida de los latinoamericanos que van a nacer debemos dedicarnos a crear para nosotros y para ellos una sociedad más libre, más rica y más justa, en la que con el esfuerzo de todos aseguremos la libertad, la riqueza y la justicia para todos, no para una minoría. Pues el sistema ha fracasado para los pueblos, no para las minorías privilegiadas, y mientras ese sistema no sea destruido y pongamos otro en su lugar, las minorías seguirán gozando de privilegios y las mayorías seguirán siendo esclavas, seguirán padeciendo miseria y seguirán sufriendo injusticias”. Léase bien: destrucción del imperio de los privilegios de las minorías y la esclavitud de las mayorías, para poner «otro sistema en su lugar». Esa frase es, llanamente, la explicación clara de Bosch como revolucionario.

Para comprender bien hasta qué punto Bosch estaba involucrado en una salida revolucionaria, sería interesante que el doctor Leonel Fernández y otros estudiosos revisaran textos como el Programa de Dignidad Nacional tanto del PRD como del PLD (año 1973), y que revisaran el libro “Revelaciones” de Narciso Isa Conde, recientemente publicado, pues ahí se dibujan claramente los esfuerzos de Bosch para constituir en el país un frente revolucionario liderado por y/o con Caamaño, (descartando el plan guerrillero de este último), con clara vocación de poder y cuyo programa básico sería la “Dictadura con Respaldo Popular”.

Es cierto que, una vez creado, el PLD a partir de 1978 decidió participar en la vía electoral, y lo hizo con todas las ganas de vencer…de hecho dice el propio Juan Bosch que lo vio posible en 1982, 1986 y ni qué decir en 1990, cuando según las estadísticas oficiales fue el partido más votado y Bosch aseguró ante la prensa y el país que se había cometido un fraude electoral. De hecho, son pensadores como el propio Leonel Fernández los que han puesto en cuestión que el PLD por sí solo tuviese la capacidad de lograr semejante hazaña (recuerdo nítidamente ponencias públicas suyas en ese sentido, como la de un acto de campaña con el sector cultural, allá por 2004), esgrimiendo que sin alianzas el PLD estaba a merced de las coyunturas y perdido en el vaivén de la Historia, como una declaración de buenas intenciones y nada más. Como si Bosch no hubiese explicado decenas de veces la relación dialéctica entre minoría partidaria con calidad y mayoría electoral en cantidad; como si no fuese propio de un partido revolucionario y de la política en general saber aprovechar las coyunturas.

Lo que habría que añadir es que el PLD antes de 1996 nunca vio las elecciones como única vía: de hecho, en 1978 y 1982 las vio fundamentalmente como una instancia para adquirir cohesión, credibilidad y autoridad política ante el pueblo; como una etapa de su desarrollo. No puede ser ocultado: Bosch y el PLD creían también en los Comités Patriótico-Populares, en los Comités de Trabajo Peledeísta, en los Esfuerzos Concentrados, creían en el movimiento campesino, y creían especialmente en el movimiento sindical. Tanto es así que en octubre de 1983, Bosch explicaba en uno de sus folletos:

“Yo hablo de la política revolucionaria; hablo de una política seria, hablo de una política al servicio del pueblo, no al servicio de una persona. Nosotros necesitamos que todos los obreros tengan conciencia de clase, y que dentro de los obreros con conciencia de clase, el mayor número tenga también conciencia política, desarrollo político. Necesitamos eso porque la liberación del pueblo dominicano es naturalmente la liberación de todas las capas oprimidas, de todas las clases oprimidas, a la cabeza de las cuales tiene que estar la clase obrera. ¿Y por qué? Necesitamos obreros con conciencia política, con desarrollo político, porque lo lógico es que los obreros crean en un líder obrero más que en uno que no sea obrero, y ojalá que sean obreros los que acaben dirigiendo en su totalidad al Partido de la Liberación Dominicana”.

Que quede claro: obreros dirigiendo la lucha política, y una lucha política para liberar de la opresión a las clases oprimidas. No comparto que sea, como dice el Dr. Fernández: una nueva “aventura intelectual” de Bosch con el mero interés de “la búsqueda de una alternativa que le permitiera al pueblo dominicano superar su secular atraso y conquistar un mejor porvenir”. Sostengo que es una lucha, como había dicho años antes, para destruir un sistema de opresión inservible y construir uno nuevo, y el pueblo, con sus mejores hombres y mujeres, como sujeto histórico dirigiendo la empresa.

En julio de aquel mismo año, 1983, Bosch insiste en la cuestión de la liberación nacional, en otro folleto, que vale mucho la pena que sea recordado también en esta discusión:

“La solución de los problemas que le impiden al pueblo dominicano progresar de verdad asegurándoles a todos sus hijos el trabajo, la casa, la ropa, la salud y el estudio no se alcanza por el hecho de que algunos miles de hijos de obreros se hagan profesionales ni votando por partidos que ofrecen que van a resolver las necesidades de todo el mundo pero no piensan ni de lejos transformar el tipo de sociedad en que vivimos; los problemas del pueblo dominicano sólo se resolverán cuando aquí se conquiste la liberación nacional, cuando en nuestro país haya un gobierno que represente de verdad los intereses del Pueblo, los de los trabajadores y los campesinos pobres, los de esa enorme cantidad de gente que viven de chiripa vendiendo en las calles cualquier cosa, limones agrios y guineos, semilla de cajuil y aguacates, y esos niños que pasan días enteros, y hasta partes de las noches, lavando cristales de automóviles en las esquinas de mucho tráfico para que les den unos centavos que llevarán a sus casas para que coman sus mamás y sus hermanitos. Lo que este pueblo necesita es que sea su gobierno el que decida qué cosa le conviene y qué cosa no le conviene a la República Dominicana, y eso sólo se conseguirá con un gobierno de liberación nacional, que termine para siempre con la situación de explotación en que viven los trabajadores y los pobres, que es lo mismo que decir la mayoría de los dominicanos”.

Esto era 1983. Trece años más tarde, en 1996, el PLD tomaba la presidencia del país mediante una alianza con Joaquín Balaguer y el Partido Reformista Social Cristiano, combatido por Bosch por todas las vías, acusado por él de ser un político consagrado “a tener poder”, «un hombre con un miedo muy grande de herir a los poderosos», un político instrumental “al servicio de la oligarquía”, acusado de autor de los mataderos electorales y de responsable directo del fraude electoral de 1990.

Está claro y harto documentado de que a partir de 1998 -con la candidatura de Hugo Chávez en Venezuela- la izquierda inició una cadena de triunfos electorales que se extendieron luego en toda la región (la participación electoral la había iniciado mucho antes). Ciertamente, entre fines de los ochenta e inicios de los noventa la hegemonía de la derecha en América Latina no era ya viable impidiendo las elecciones o deformándolas. Las luchas populares no habían sido en vano y las políticas neoliberales habían llevado a un despeñadero nuestros países: o se permitían elecciones creíbles y participativas o iríamos a la guerra civil.

El doctor Fernández sugiere en su texto que ese hecho, la victoria electoral y el ejercicio de la presidencia entre 1996 y 2000, fueron la culminación de la acumulación de esfuerzos electorales iniciados con la primera participación del PLD en 1978. Para Fernández, la práctica gubernamental a partir de entonces sería otra etapa de desarrollos en la ideología del PLD.

De ello no voy a comentar nada al respecto. No voy a plantear nada sobre eso que el autor llama “ideología del PLD”. Le quedará al lector indagar, reflexionar y resolver si aquel PLD que estaba compitiendo en 1996 y en elecciones posteriores era una continuación evolutiva o una ruptura con el PLD existente hasta 1994-1995.

Asimismo, es tarea del lector vislumbrar si el PLD ha gobernado y ha legislado como un partido de liberación, anti-neoliberal, solidario y progresista, como dice el doctor Fernández. No es menester de quien escribe estos párrafos. No sería oportuno para este intercambio inmiscuirse en lo que una organización política hace o no. Nuestro interés es otro.

Yo sencillamente espero que algunas cosas sobre Bosch se vayan clarificando, y que el lector también asuma la tarea de ver qué ha quedado de las esencias del proyecto impulsado por aquel prócer, que han de quedar despejadas de toda neblina: una lucha política que, basada en la honestidad y en la lealtad estrictas, fuera sustancialmente anti-oligárquica, antiimperialista, de liberación nacional y decidida a terminar con la corrupción, el coloniaje, el saqueo de las riquezas del país y la emancipación de las clases oprimidas, para que gozaran de verdadera soberanía nacional y popular, auténticos derechos y genuina dignidad.  De eso sí estoy seguro que se trató todo lo que intentó Juan Bosch.



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