Desde hace tiempo en República Dominicana se ha implementado la moda de designar instalaciones de cualquier tipo con nombres de personas que nada han tenido que ver con la actividad que se desarrolla en las mismas.

Los nombres de Juan Bosch, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez han sido los más sazonados por los políticos que entienden que con ello cumplen con una necesidad, cuando la realidad es que si los tres estuvieran vivos de opondrían a esa práctica.

No hay una sola gran obra, entre ellas hospitales, aeropuertos y autopistas, por solo citar algunas, que no lleven sus nombres, mientras otros con méritos en sus respectivas áreas a las que se dedicaron en cuerpo en alma, son desconocidos olímpicamente.

Por ejemplo, el Centro Olímpico debe ser designado con el nombre de Juan Ulises García Saleta, quien peleó con todas sus fuerzas para que este templo del deporte sea una realidad.

A 11 años de su fallecimiento, esa aspiración de miles de dominicanos cada día parece más incierta, porque quiérase o no, esta es una sociedad de malagradecidos, y en la que los políticos hacen y deshacen a su antojo.