Libertad y peligro en las redes sociales

Libertad y peligro en las redes sociales

Libertad y peligro en las redes sociales

José Mármol

Todos hablamos hoy día de las redes sociales, el ciberespacio y la comunicación digital como una conquista de la racionalidad tecnológica y de la expansión sin fronteras de la democracia, como sistema jurídico-político, bajo el impulso de la globalización.

Por ejemplo, en el ámbito de la información y la libertad de expresión, como atributos democráticos de la era digital, el llamado periodismo ciudadano, ese que ejerce una persona que con su dispositivo telefónico móvil graba un vídeo o toma una foto y los cuelga en las redes sociales, es una realidad insoslayable. Wikileads, como sabemos, es un hecho contundente, con sus consecuencias personales, políticas, económicas y sociales.

Los vídeos y fotos que evidencian excesos y abusos de policías blancos contra individuos libres de origen afroamericano han sido la chispa incendiaria de protestas de minorías étnicas y revueltas sociales en Estados Unidos.

La Primavera Árabe, que dio al traste o hizo tambalear los regímenes de Túnez, Egipto, Libia y Siria, a partir de 2010, tuvo en Facebook y Twitter sus plataformas juveniles de llamado a las protestas y a la rebeldía, que iniciaron en la Plaza Tahrir, aunque allí la democracia todavía se haga esperar.

Los acampados en Wall Street y en la madrileña Puerta del Sol, entre otros lugares emblemáticos de capitales en el mundo, que congregaron a los “indignados” por la crisis financiera de raíces éticas a partir de septiembre de 2008, también tuvieron en las redes sociales su sistema de apoyo y de contagio viral por excelencia. 

Se trata de un hecho incontrovertible, propio de la era posmoderna y de la “sociedad confesional”, como afirman Bauman y Donskis -de revelación pública constante de la intimidad y la privacidad- en que vivimos.

Además, en muchísimos aspectos, con consecuencias demasiado positivas. Pero, a pesar de la relevancia de ese tsunami de avance de la tecnología mediática y su efecto social y político, no podemos llamarnos a engaño al creer que de esa misma forma, a resultas de la tecnología en sí misma, van avanzando los derechos humanos, la seguridad individual y el sistema democrático.

Pocos pensadores han escrito o hablado acerca de la vulnerabilidad que el ejercicio libre de expresarse y vivir en “comunidades digitales”, prototipo de conquista democrática del siglo XXI, podría representar para los mismos usuarios de las redes que transparentan su individualidad en sus “perfiles” o “identidades digitales”.

Las redes nos posibilitan la información y la denuncia. Pero, en regímenes autoritarios o seudodemocráticos, las redes facilitan la labor de espionaje y el control individual, casi panóptico, aunque a través de pantallas digitales remotas, por parte de los organismos represivos de seguridad del Estado. Los denunciantes quedan revelados ante los opresores.

Hay testimonios lamentables de Pekín, Teherán, Pionyang, La Habana… También de Estados democráticos, pero celosamente vigilantes, en todo el mundo. Peor aun, la delincuencia y el crimen organizado también meten baza en el riesgo de las personas y familias que a través de las redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram están constantemente poniendo a disposición pública sus actividades privadas y hasta íntimas, que antes eran inaccesibles, solo por no perderse un instante de presencia en el espectáculo de la simulación y el efecto demostración, inherentes a la banalidad y el narcisismo que fomentan la identidad amorfa, en perpetua búsqueda de sí, pero, sin hallazgo radical, del individuo posmoderno y globalizado.

Son, precisamente, los usuarios digitales ingenuos, como potenciales víctimas, los que facilitan y hacen más eficaz la labor de vigilancia, en detrimento de sus derechos, libertad y seguridad. No todo es bondad en Internet.



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