¿Levantarnos de las cenizas?

¿Levantarnos de las cenizas?

¿Levantarnos de las cenizas?

Roberto Marcallé Abreu

La muerte trágica de dos niñas, de tres y doce años, y una profesional del Derecho a consecuencia de la penetración al interior del vehículo en que se desplazaban de emisiones de monóxido de carbono, es un hecho que nos desconcierta y abate, ensombrece nuestros días y nos deja una sensación de profunda amargura en el espíritu.

Cada situación que se produce en el contexto social tiene su contrapartida en lo concerniente a responsabilidad.

En esta dolorosa tragedia, es preciso escuchar algunas voces y formular algunas deducciones.

La pregunta obligada es hasta dónde nos va a llevar esta desbocada carrera hacia la oscuridad. Ahora se ha publicado que el vehículo carecía de un “convertidor catalítico”.

Este accesorio, son las palabras del ingeniero Alburquerque, un notable experto en temas científicos, es un reductor del venenoso efecto de los contaminantes derivados de los combustibles utilizados por los vehículos de motor.

El panel de cerámica con el que viene dotado y sus componentes “actúan como catalizadores de reacciones químicas que no se completaron en el cilindro del motor, haciendo que los gases de escape sean menos nocivos” tanto para las personas como para el medio ambiente.

En la República Dominicana, afirma, hace tiempo que se descartó todo lo relativo a la revisión oficial imprescindible del parque vehicular, tanto del que circula por las vías de todo el país como del que entra por nuestras aduanas. En ese sentido, estamos a “la buena de Dios”.

La antigua “revista”, dice, se transformó en un impuesto puro y simple.
Las consecuencias son evidentes: una significativa cantidad de los accidentes que arrojan cada semana un saldo aterrador de muertos y heridos tiene su origen en esta indolencia, en esta indiferencia pasmosa que se extiende a otras áreas complementarias del negocio.

Se importan vehículos de todas partes que, tan pronto llegan al país, en breve están circulando en nuestras calles sin haber pasado por ninguna clase de chequeo de control.

Se comercializan miles de piezas de repuestos de dudoso origen y calidad.

Nos llegan por miles neumáticos inseguros e inservibles que se venden libremente en todas partes. Lo mismo ocurre con otros accesorios esenciales, como las baterías cuyos daños a la salud del ciudadano no se ha contabilizado.

A cada momento, vemos en la prensa vehículos que se han incendiado en plena calle. Camiones, carros, patanas, circulan a alta velocidad con las gomas completamente sin diseño y en un estado deplorable.

Cualquier esquina se transforma en un “taller” sin que a nadie le importe. Gases para acondicionadores de aire prohibidos y descartados, se siguen expendiendo en República Dominicana sin control de ninguna especie.

A las autoridades les interesa que les paguen los “impuestos correspondientes”. A partir de ahí, sálvese quien pueda.

Donde quiera que se mire, solo se aprecia el predominio de los intereses particulares y la apatía oficial en desmedro de los intereses colectivos.

El mal está en todas partes y ha llegado tan profundo que no son pocos quienes se preguntan si tenemos posibilidad alguna de levantarnos desde las cenizas.

Es bueno mirar el ejemplo de otras sociedades donde se han vivido procesos similares. Lo que ha sobrevenido después es para sobrecogerse de espanto. Que Dios nos proteja.



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