Las leyes y su aplicación

Las leyes y su aplicación

Las leyes y su aplicación

Rafael Chaljub Mejìa

Ahora que se mejorará la ley de tránsito terrestre, me asalta el temor de que otra vez estemos perdiendo el tiempo. Conste que estoy de acuerdo con todo avance progresista en la legislación a la que debemos atenernos.

El detalle es que por encima de la ley se ha establecido la costumbre de violarla sin que las autoridades reaccionen ni los transgresores sufran las consecuencias.

Así hemos llegado al actual nivel de descomposición y mientras no se modifique esa cultura de la impunidad, la disciplina social seguirá cuesta abajo. Y los que no tenemos fuerza ni enllavaduras en el poder, seguiremos llevando la peor parte, o como se dice gráficamente, seguiremos bailando con la más fea.

Este es un país con muy buenas leyes, pero no hay quien las haga cumplir. Se dice que la primera mentira de todo presidente es aquella que pronuncia al instante de juramentarse y promete cumplir y hacer cumplir las leyes. Entonces, no es tan solo cuestión de buenas leyes.

Aquel sujeto que ultrajó a unos policías de Amet y entre impublicables groserías apeló a su condición de sobrino de un ministro y además arrolló con su vehículo a uno de los agentes, se quedó impune. A pesar de la ley.

Eso lo hizo un poderoso, y siendo así, no sorprende la conducta de algunos motoristas.

En teoría, la Ley 241 regula el tránsito de vehículos de motor, pero algunos motoconchistas y “delíverys” creen que su vehículo es de tracción animal. Y a veces parecería que sí.

El semáforo en rojo, las líneas de los peatones, las luces direccionales, los límites de la velocidad, entre muchas normas, son muy buenas.

Pero nadie garantiza su aplicación. Peor aún, con una autoridad policial disminuida, carente de credibilidad, con la autoestima en el suelo, por culpa de muchas de sus propias actuaciones, pero principalmente, por las malas condiciones en que trabajan y por los ultrajes que se ven forzados a soportar, como en el caso del sobrino del ministro.

En este imperio de la impunidad, que en las alturas, donde moran los principales culpables de ese caos, deja sin castigo a la corrupción, y más abajo, abre las puertas del presidio y pone en las calles a reincidentes en el crimen, llega la nueva ley de tránsito.

Bienvenida sea. Pero las razones para dudar de su aplicación son abundantes.



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