Las dos chinas y una tentación

Las dos chinas y una tentación

Las dos chinas y una tentación

Miguel Febles

Taiwán es el nombre de una isla, pero es, a la vez, el país de la República de China.
China es el nombre de la nación más populosa del mundo (unos 1,300 millones de habitantes) y es, al mismo tiempo, el país de la República Popular China.

Para entender esto cualquiera de nosotros tiene que abstraerse, y como la abstracción no está al alcance de todos, tal vez ayude hacer un viaje en el tiempo, a unos hechos iniciados hace más de cien años, con la dinastía Manchú en el gobierno de China, el empeño del caudillo Sun Yat Sen en la fundación de la República, Japón en plena vitalidad en todo Oriente y la acción de nacionalistas y comunistas en el país.

El escribidor considera que son muchos elementos para embutirlos en un artículo sin que termine convertido en un ensayo, pero de todos modos, ahí están las claves por si alguien quiere seguirles los pasos.

En 1946 nacionalistas y comunistas se confrontaban en un nuevo episodio de una guerra civil que daría como resultado las dos chinas que conocemos los dominicanos. Una, la Popular, establecida en el inmenso territorio continental, y la otra, la republicana, establecida en Taiwán, a donde fueron a dar los derrotados.

A esta descripción podemos denominarla la historia de un conflicto en dos trazos. Por una razón coyuntural relacionada con la península de Corea, Estados Unidos dio su apoyo al bando establecido en Taiwán, y por esta misma causa el Estado dominicano, usurpado entonces por Trujillo, también le dio su apoyo a la República de China.

Desde entonces República Dominicana es uno de los Estados que la reconoce, y como la otra, la Popular, es excluyente, hemos ingresado al siglo XXI en medio del absurdo geopolítico de no tener relaciones con Pekín como las tenemos con Taipei.

El punto de vista de El escribidor no es en este punto ambiguo ni oportunista: hasta ahora República Dominicana ha cultivado unas relaciones provechosas con la República de China en Taiwán y debe mantener la decencia y firmeza suficiente como para hacerse considerar entre los pueblos en los que se puede confiar.

Algún día, si las condiciones particulares de las dos chinas lo propician, ellos encontrarán una fórmula para el acercamiento.

Y cuando esto ocurra, si viene a ser, el Estado dominicano debe de llegar a la China Popular como el amigo que ha sido de la China republicana.

Es, según mi manera de ver, la única manera decente de saludar a esta gran nación –a la economía más grande del mundo– desde nuestra pequeñez, con la templanza del que no se dejó ofender por el dinero ni anda con una máquina sumadora sacando cuentas a costa de la decencia.



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