La Victoria, el penal

La Victoria, el penal

La Victoria, el penal

Primer escenario: en el patio o los pasillos de un centro de estudios universitarios, se palpa un ambiente particular originado en la actitud de la gente que va allí en busca de superación.

Segundo escenario: los grandes reconocimientos, como premios Nobel y Príncipe de Asturias, operan como marcadores de élites culturales.

Estos no se reúnen en un recinto de manera regular, sino que andan dispersos, por donde les parece apropiado para su talento, por donde quieren o pueden.

La sociedad los premia.

Cuando uno entra al patio o a los pasillos de una cárcel, penal o centro para privados de libertad —si así es como se les quiere llamar— se pone en contacto con una atmósfera opresiva.

Allí están, en contraste con el optimismo de las aulas universitarias y la distinción del premio, concentrados como zumo de limón, vicio, taras y rebeldía.

A estos lugares va a parar gente castigada por la sociedad sobre la base del comportamiento negativo. Es el caso de La Victoria, donde se encuentran recluidos unos 8 mil hombres, condenados o en proceso de serlo.

Estuve allí, en El Patio y los pasillos como parte de una docena de visitantes guiados por personal de la Dirección de Prisiones.
Dos cosas puedo decir —sin pecar de ingenuo— acerca de lo visto y oído.

—Primero: no me parece racional reunir en un mismo lugar a tanta gente de rasgos marcadamente negativos.
—Segundo: si con recursos limitados se les tiende, a los reclusos que tienen la voluntad, algunas tablas sobre las que puedan pisar para salir del fango moral en el que vivieron, se podría hacer mucho más sólo con cambiar la visión sobre el castigo y valorar mejor la condición humana.

He visto algunas tablas durante el recorrido, constituidas por iglesias, escuelas y talleres en los que se enseñan artes, oficios, alfabeto, educación básica, informática, inglés y educación media. Según el dato de uno de los reclusos involucrados en la formación de otros reclusos, el 25 % está integrado en La Victoria a este proceso de reciclaje social.

Algo es algo, dice la gente cuando quiere hacerle espacio al optimismo, pero yo no acabo de entender cómo podemos reunir a una multitud en un lugar como éste y esperar que al cumplir sus penas volverán los individuos —sobre la base del miedo— a integrarse regenerados a una sociedad que antes de la pena les resultó incomprensible y ajena.
Cuando uno entra al patio y a los pasillos de un recinto universitario respira optimismo.

En El Patio y los pasillos de La Victoria no, allí se palpa un algo opresivo, acaso fruto del contacto íntimo con lo peor de la sociedad, que es como decir lo peor de todos nosotros.

No se puede ser sensible y entrar allí, ni siquiera como visitante, y salir el mismo, algo no le cuadra a uno en la conciencia.



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