La unidad necesaria

Un problema muy grave de la política dominicana es la falta de pluralismo. Pero no se trata de que existan muchos partidos; los hay de sobra.

Se refiere a que existan diferentes modelos, visiones y proyectos de país, y que estos discutan y, más que eso, estén en condición de disputar, democráticamente, la posibilidad de gobernar y legislar.

La falta de pluralismo se manifiesta, específicamente en el caso dominicano, en la ausencia de un proyecto político que aglutine (y no solo tenga candidatos o dirigentes que lo plasmen en su agenda particular) las voluntades de rescatar las reglas básicas de la democracia, la legalidad e institucionalidad, así como los derechos humanos y sociales, los servicios públicos, la dignidad del trabajo y los salarios, los derechos de la mujer, la tercera edad y la infancia, la diversidad sexual, la justicia fiscal, la seguridad ciudadana, la cultura, la transparencia, la rendición de cuentas y la participación democrática efectiva. Ese es el gran ausente en la política dominicana desde hace prácticamente 25 años.

Subrayemos: no se trata de testimonialismo, sino de poner esas banderas en condiciones de disputar gobierno. Tampoco se trata de gobiernismo, de “ganar” o de “sacar a…”, sino de que se haga política con esos métodos y para esos propósitos, afirmados en una base social, política y cultural real.

Por todo esto se hace necesario que los partidos y agrupaciones que comparten estos principios y objetivos unan sus fuerzas.

Se trata de que la dispersión se coordine, que la diversidad se una en acuerdos sobre lo fundamental, y que tengan identidad propia para levantar una esperanza creíble, seductora y convocante.

Para ello, unas premisas: la base de la unión debe ser compromisos éticos y programáticos, los cuales deben construirse en colectivo, y hay que ponerse de pie por sí solos antes de pensar en acuerdos con otros. Ya lo dijo el patriota puertorriqueño: “Quien pretende ser lo que no es, termina siendo nada”.

Y en todo esto hay excelentes experiencias recientes: Frente Amplio en Chile y Perú, Colombia Humana y Podemos-Izquierda Unida en España.

Los compromisos éticos y programáticos deberían ser elaborados de forma participativa, hacia lo interno como hacia afuera, usando el poder de las herramientas digitales.

La autorización de la unidad y los compromisos que la sustentan deberían ser deliberados por las bases, votados de manera participativa y convertidos en mandatos vinculantes. La unidad alternativa y esa forma de alcanzarla sería, por sí sola, una hazaña política, de por sí, histórica y novedosa. Sobre esa base se nominarían candidaturas, no al revés.

Y hay que lograr dos cosas: que esté en funcionamiento a inicios de 2019, y que se construya la plataforma para competir, primero, en las elecciones municipales de febrero de 2020.

En cuanto a alianzas con otros bloques o grandes partidos, en la táctica política no debería haber criterios moralistas.

Pero no se debería pactar nunca sin haber alcanzado por sí mismos un grado de poder propio y real con qué defender lo pactado, ni se deberían hacer acuerdos románticos con quienes, de una u otra manera, hayan demostrado que no respetan las reglas básicas de la convivencia y que, en general, repiten y reproducen la misma política que denuncian en el adversario. Eso solo desprestigia al más frágil y “se termina siendo nada”.