La solidaridad humana

La solidaridad humana

La solidaridad humana

‘El que riega recoge’ y ‘el que siembra cosecha’ solía decir mamá cuando era una mujer llena de energía, inclusive ya entrada en edad muy avanzada. Tenía ella la convicción de que había plantado en tierra fértil y por eso la cosecha ha sido tan abundante.

A todo lugar donde fallecía alguien, sin ser familia y sin importar lo distante que fuera de casa, allí estaba América para cumplir con los deudos del finado. Ahora que ella acaba de expirar ese gesto solidario se ha revertido.

Mucha gente, quizás más de la esperada, estuvo junto a nosotros para darnos aliento en ese momento de dolor y tristeza, lo que nos ocurrió por segunda vez en 12 meses. Primero fue Braulio, mi hermano menor, y ahora le tocó a ella.

Por eso comencé a escribir esto con las anteriores expresiones, muy comunes en boca de las personas convencidas del significado y la importancia que tiene la solidaridad humana. Y es verdad, ‘el que siembra cosecha’, sega las mejores espigas.

Tengo que agradecer, a propósito de su fallecimiento, a toda la gente de que de una forma u otra ha estado con nosotros, especialmente a los que se esforzaron para viajar a Las Matas de Farfán y acompañarnos.

Decenas de amigos tuvieron la gentileza de llamar por teléfono y de escribirme mensajes por correo electrónico para expresar las condolencias que ameritan casos como este. De verdad que siempre estaré agradecido, en mi nombre y en el de la familia.

Estoy en la obligación de rendirle un reconocimiento especial al mayor general Rolando Rosado Mateo y a toda la oficialidad que lo acompaña en la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) por haber estado conmigo ese día.

Todos ellos dejaron sus oficinas el sábado 23 de marzo para estar a mi lado e ir juntos hasta el sepulcro donde fue depositada la urna con los restos de América, la que junto a Mañé, nuestro querido papá, fue responsable de que hoy yo sea Roberto Lebrón.

Ambos hicieron ‘de tripa corazón’, es decir sacaban de donde no había para que Chicho y quien esto escribe pudiéramos acudir al aula superior, creando de esa forma la vía para superar la aberrante pobreza. Nos ayudaron a formar.

Ellos dos, repito solo ellos dos, merecen ese reconocimiento, porque ‘se quitaban el pan de la boca’, como se dice allá en El Batey, para enviarnos unos cuantos pesos a Santo Domingo para que subsistiéramos. Fue un esfuerzo sin precedentes.

Así nos encaminaron esos seres especiales, quienes a pesar de ser iletrados estaban convencidos de que la escuela es el lugar ideal para dejar la pobreza, las limitaciones ancestrales heredada por ambos, a lo mejor sin que entonces alguien se lo comentara.

Recuerdo que hace meses un oficial del Ejército Nacional, con el que comparto responsabilidades de primer orden en la DNCD, me preguntó las razones por las cuales yo viajaba tanto a Las Matas de Farfán. La respuesta, sin demora, fue ‘allá está América’.

‘Debe ser su mamá’, me respondió. ‘Efectivamente’ fue mi reacción ante los comentarios del buen amigo, quien de inmediato proclamó que ‘si es para donde la doña vaya todos los fines de semana’. No lo hacía así, pero sí cada 15 días o mensual.

A pesar de que ella no está entre nosotros tendré la responsabilidad de seguir con la misma rutina. Allá quedará el hombre más sincero que he conocido, mi querido papá, aunque el impacto causado en él por el deceso de América es demoledor.

Reitero que estaré eternamente agradecido de los amigos -de todos los niveles y estratos- que han estado a nuestro lado, a los que mediante llamadas telefónicas y comentarios por radio y televisión han mencionado nuestro nombre.

Convencido estoy de que América se fue a la tumba sabiendo que no voy a fallar, que bajo ninguna circunstancia voy a meter la pata. Fui forjado de muchacho hasta convertirme en adulto, pero en un adulto responsable, para que ser útil, no un vagabundo.

Su espíritu, naturalmente que autorizado por el Altísimo, me estará acompañando en todo momento, sobre todo en el cumplimiento del deber. Usted, América, puede estar en paz, porque no le voy a fallar. ‘No me meteré en camisa de once varas’. Hasta siempre!

robertolebronjimenez1960@gmail.com

 

 



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