La responsabilidad es nuestra

La responsabilidad es nuestra

La responsabilidad es nuestra

Roberto Marcallé Abreu

Al ser época navideña, lo deseable hubiera sido enviar a los lectores alegres y entusiastas mensajes de bienaventuranzas.

Creo que proceder de esa manera sería como cubrirse los ojos con un paño oscuro, de manera que ni un ligero atisbo de la realidad nos alcance.

Hacerse el ciego y el sordo ante cuanto ocurre no es ningún manto protector de eventuales peligros. Opino que estamos muy cerca de eventos de gran riesgo y mayor envergadura. Se respira en el ambiente.

El virus mortal de la liquidación de la República se plantó décadas atrás en nuestro organismo social.

El cáncer ha hecho metástasis. Los monstruos existen.

Tras ciertos acontecimientos asoman en el trasfondo personajes para quienes sumir un país en un estado de violencia incontrolable, apenas les provoca un gesto desdeñoso.

Basta con leer la historia reciente: Irak, Libia, Yugoeslavia, Ucrania.

La apuesta no puede ser más elevada. En juego está lo que hemos sido y somos como un pueblo de muchos siglos de existencia. Nuestra esencia, sueños, aspiraciones, alcanzar una vida civilizada y de progreso.

Nuestra cultura. Libertad e independencia. El futuro y el destino del país y de nuestros hijos.

Los partidarios y voceros de quienes adversan estos ideales están claramente identificados. Sus motivaciones: los apetitos desenfrenados, creerse una casta especial con singularidades esclavistas o feudales, siempre orientando las situaciones en beneficio propio, haciéndose de más poder y riquezas contra natura mientras las grandes mayorías continúan sometidas a una situación cada vez más intolerable.

Esos sectores, en oscura combinación con intereses foráneos, creen que los diez millones de dominicanos dueños verdaderos de esta media isla, deben darle la espalda a su destino y hacerse uno con un vecino que ha sido su indeclinable enemigo histórico, el pueblo y el país más primitivos del continente.

Esos incómodos adversarios no imaginan o no les importa (su resentimiento, su amargura, son muy poderosos) que, en caso de que esta pesadilla se concrete, su alivio, a costa de los dominicanos, será efímero. Terminarán con el cuello en una yunta de bueyes al servicio de los nuevos amos binacionales.

Desde nuestra óptica, se percibe un creciente despertar de los dominicanos acerca de lo que representa esta horrenda presencia haitiana entre nosotros.

Primitivismo, incremento de la delincuencia, graves problemas sanitarios, atraso, ritualidad salvaje, irrespeto absoluto a nuestros valores, destrucción de nuestros contados logros institucionales, sociales y económicos, retraso en todos los órdenes.

Permitir lo que se pretende, es retrotraer a los dominicanos a las etapas más oscuras del devenir humano. No exagero al afirmar que enfrentamos un futuro oscuro y ominoso.

Esta es, por consiguiente, una hora de profunda reflexión. Las opciones están frente a nosotros.

La preservación de nuestra nación, nuestra cultura y nuestra identidad, fortalecer las instituciones, crear las bases para un futuro promisorio, enfrentar con vigor todos nuestros males y desaciertos.

O permitir mansamente la fusión, y resultar anulados como realidad histórica.
Es de nosotros que depende.



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