La promoción agustiniana del 78

Un nutrido grupo de aquellos del 78 se reunió para celebrar los 40 años de la graduación del bachillerato en el Colegio Agustiniano de La Vega. Algunos, radicados en diferentes ciudades del mundo, no pudieron llegar. Volvimos a pisar los pasillos, la capilla, el patio donde charlábamos, estudiábamos, jugábamos, nos enamorábamos, llorábamos y reíamos.

La filosofía educativa agustiniana, que centra su atención sobre dos pivotes, el desarrollo de la persona, en sus cualidades intelectuales, artísticas, científicas y humanísticas, y el de la comunidad, en cuyos propósitos, luchas y esperanzas se forja el tejido solidario de los egresados agustinianos para la construcción del bienestar común, nos marcó para toda la vida. Así lo recalcó en su hermosa homilía el padre Manuel Mercández López.

Ingresé a ese centro educativo, gracias a una beca que procuró en mi favor el director técnico del equipo colegial de baloncesto, querido profesor Evangelista (Buey). Venía del Primero J, del Liceo Don Pepe Álvarez, y me volví agustiniano a partir del Segundo de Bachillerato.

Este hecho significó, además de hacer nuevos amigos, reencontrarme con antiguos compañeros de los grados de alfabetización en la Escuela María Motessori, que fundó y dirigió la extraordinaria maestra Rhina Espaillat.

En más de una ocasión fuimos el deshonor de la comunidad educativa y se nos impuso el peso del demérito agustiniano, por violación de disposiciones disciplinarias. Fueron hechos lamentables y, francamente, reñidos con la disciplina agustiniana.

Sin embargo, eran travesuras propias de la edad. Preferimos la suspensión colectiva, antes que delatar a un compañero.

Cada uno vio siempre en el otro su auténtico prójimo, y prójimo quiere decir proximidad existencial y unidad fraterna. Proximidad significa encontrar el sentido de la propia vida en vivir para los demás; en hacer de la responsabilidad frente al otro el mayor y más entrañable de nuestros compromisos.

La vida nos ha dispersado. Unos se dejaron seducir por el sueño americano y emigraron a Estados Unidos o a otros confines del mundo. Otros nos fuimos desde La Vega a la capital e ingresamos a la UASD. Algunos se dirigieron a la hoy PUCMM de Santiago.

Otros pasaron a institutos castrenses e instituciones del orden público. Algunos se dedicaron a la música y las artes. Así fue tejiéndose la urdimbre de lo que somos hoy, una comunidad de exalumnos agustinianos, hombres y mujeres de diferentes formaciones profesionales y técnicas, con distintas visiones del mundo, de la sociedad presente y del devenir.

Esta Promoción 1978 está integrada, sobre todo, por mujeres y hombres con espíritu de servicio, que se han sentido dichosos de haber convivido en ese recinto, de haberse nutrido con el pan de la enseñanza de manos de sacerdotes íntegros y maestros abnegados, educadores de sagrada y profunda vocación, a quienes no nos cansamos de rendir tributo y de reconocerlos en sus luces y en sus sombras, en la provecta edad de algunos y en la oración por las almas de los que ya partieron a la eternidad.

La mística educativa agustiniana encarnada en cada uno de ellos y en nosotros mismos sobrevivirá a los deslices humanos, a la inversión de valores y a los vacíos éticos y fragilidades existenciales que, coyunturalmente, y sobre todo en los últimos tiempos, hayan podido atentar contra los principios cristianos, la sensibilidad social y humana, y la filosofía pedagógica del Colegio Agustiniano de La Vega.

Gratitud por siempre, en nombre de todos mis compañeros, a ese prestigioso centro educativo y a los directivos y maestros que tuvimos la suerte de encontrar en ese decisivo momento de nuestras vidas, y que hoy nos honramos en reconocer y conmemorar.