La partidocracia criolla

Los expertos en el estudio de la psiquis humana deberían en algún momento señalar los efectos que sobre ésta tiene la conducta de la partidocracia tradicional dominicana, la cual mantiene en permanente zozobra a una gran proporción de la población de nuestro país.

Lo más reciente ha sido todo el escarceo en torno a la llevada y traída “Ley de Partidos”. Llama la atención cómo en razón de la confrontación de intereses entre personas con aspiraciones de candidaturas presidenciales, aun de un mismo partido, el PLD, el país tuvo que ser espectador de un circo que no divirtió pero que restó mucha tranquilidad y energía a nuestra sociedad.

Es de lamentar que nuestros partidos políticos tradicionales no hayan comprendido cuáles son los temas de alta preocupación y necesidad del pueblo dominicano, y que estén embarcados permanentemente en problemas que no son los esenciales para las y los dominicanos.

¿Es que no lo pueden percibir? o ¿es que procuran desviar la atención de los problemas mayores?

Para estos partidos cuán difícil es entender que para las mayorías nacionales los problemas centrales son de alimentación, de salud y educación de calidad, de desigualdad, de viviendas, de desempleo, de inseguridad, del endeudamiento público, de nuestro grave déficit ético, de corrupción e impunidad y de desinstitucionalización.

Con razón muchas encuestas colocan a estos partidos en la última escala de confianza dentro del conjunto de instituciones públicas y privadas de nuestro país. Con esta valoración es imposible negar, a pesar de las apariencias, que estamos ante una crisis del sistema de partidos.

La forma de conducirse de nuestra partidocracia encuentra uno de sus orígenes en un pragmatismo salvaje, que despoja el ejercicio político de requisitos éticos y hace avalar la corrección de su desempeño en la mera conveniencia del grupo. Para Max Weber hay dos formas de hacer de la política una profesión: vivir “para” la política, o vivir “de” la política.

“Vive ‘de’ la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive ‘para’ la política quien no se halla en este caso” (“El político y el científico”). No es ilegitimo que el político reciba un emolumento por su accionar político, lo que es ilegítimo es hacer de éste un ejercicio no para servir, sino para servirse.

Cuando se hace política para servir es difícil errar el tiro. No le pasaría lo que le acaba de ocurrir a un partido con posibilidad de encabezar electoralmente la oposición, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), que le falló a su palabra y perdió una oportunidad y la combatividad, en el caso de la “Ley de Partidos”, al negociar y hacer “coro” común con quien debió ser su principal blanco de ataque.