La pantalla al revés

La pantalla al revés

La pantalla al revés

José Mármol

En el caso concreto de un creador prolífico y versátil como Luis Beiro Álvarez, para definir su pasión por la escritura y su destacada trayectoria bastaría con recordar la frase feliz del escritor y economista español José Luis Sampedro que reza “escribir es vivir”, la que dio título a su libro publicado por Plaza & Janés en 2013.

Hay en Beiro una suerte de flaubertiana fisiología escritural, que le permite, con la misma facilidad con que respira, ir, en definido estilo, de la décima al relato autobiográfico; de estos al ensayo, la poesía y la novela; de estos últimos a la crónica periodística o la investigación, y por si fuera poco, desde aquellos a la crítica de cine llevada a cabo con los aperos y materiales imprescindibles para que sea útil al lector, acertada y memorable, a saber, sensibilidad estética, conocimiento del lenguaje, vasta cultura y esmerada dedicación.

Producto del viacrucis del oficio de escribir, que Ezra Pound decía deseaba cambiar por cualquier otro, incluso, el de regentar una cigarrería, porque al escribir tiene uno que exprimirse el cerebro; de las entrañas mismas del orbe simbólico de la palabra brota un nuevo libro de Luis Beiro, en el que, bajo el título de “La pantalla al revés” (2017) y los auspicios de la colección bibliográfica Banreservas, reúne artículos, ensayos, entrevistas, apuntes y confesiones sobre el arte de la cinematografía. Su visión es amplia; comprende apuntes y ensayos sobre películas de Occidente a Oriente, con detenida y rigurosa mirada crítica en torno a las producciones actuales.

Hay en estas páginas una valoración ponderada y enjundiosa acerca del cine dominicano, desde sus orígenes hasta hoy. En cada caso, el autor procura una sola cosa: que el cine se haya hecho como Dios manda; es decir, que un documental o una película hayan sido concebidos y realizados como obra de arte, antes que meros productos artificiosos y comerciales.

Beiro presta mayor interés al arte cinematográfico que exige sensibilidad y pensamiento al espectador, por encima de aquella concepción que reduce la noción de entretenimiento, y con ella al arte, a lo banal o a lo que el público amorfo espera.

De ahí que su visión crítica del séptimo arte quede estrechamente vinculada a la articulación simbólica y semióticaentre cine y literatura.

No hay oportunidad en la que me haya sentado en la butaca de un teatro sin que me invada el recuerdo de aquella desconcertante respuesta de Claude Levi-Strauss al famoso entrevistador cultural de la radio francesa George Charbonnier acerca de su interés por el género dramático.

El antropólogo le contestó que al entrar a una sala de teatro sentía la impresión de que en vez de llegar a su casa entraba a la de un vecino.

Yo, en cambio, cuando voy al cine o me quedo en casa haciendo uso del posmoderno recurso de las plataformas digitales, me confundo con la trama, la atmósfera y los personajes, y me pongo en la génesis de la obra que labró sesudamente el director, hasta que me estremezca los sentidos y remueva el intelecto e imaginación.

El cine es el recurso estético con que la realidad subvierte a la imaginación. Se trata de un código deconstructivo.

En la pantalla de Beiro no hay nada al revés, muy por el contrario, es tan al derecho como la de Baudrillard, una “pantalla total”, y a pesar del guiño seductor de la entrada al libro, “A manera de prólogo”, donde se teje y desteje la relación entre cine y literatura, el crítico concluye que no hay que llamarse a engaño, porque “cine es cine y literatura, literatura”.



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