La organización: el verdadero poder

La organización: el verdadero poder

La organización: el verdadero poder

Modernamente el alcance y fortaleza de tu organización es la medida de tu poder relativo. Aunque siempre el concepto poder se ha asociado al de organización, en su gran mayoría estos han sido volátiles, sin raíces y arbitrarios como los por aquí conocidos.

Solo quienes descubrieron su función y les dieron método para lograr sucesivos alcances de objetivos inmediatos, mediatos y atemporales, aprendieron el valor de la organización, en larga y accidentada escuela de poder, un arte reservado a quienes previa fidelidad de monjes siguieron una visión o causas estratégicas, universal, católica, consagrados a ella.

Ese ideal fue formándose en la religión más antigua de los judíos del Viejo Testamento e incorporada por los partidarios del nuevo –un cisma- donde ambas partes por igual han sabido conservar e incrementar este conocimiento como un secreto de Estado y como parte integral de sus modelos de base, institucionales y de poder político, a copiar por quienes quieran darle perpetuidad y dirección a una obra; franqueándola de ideas que llegaran más allá de sus vidas y de posteriores accidentes.

La organización que tratamos es una obra colectivizada, en apariencia espontánea, por su artesanía siempre inconclusa, siendo una maquinaria que gerencia nuestros fines, desindividualizadamente, con el menor ruido posible y con un máximo de solemnidad, para lo que sirven los protocolos, los reglamentos, los ritos, símbolos o logos, letanías, etc.

En la medida en que crece y se diversifica la población humana, para conducirla se requiere de una estructura jerarquizada, autónoma, capaz de auto-gestionarse y de dirigir a satisfacción de esta a masas diferentes en distintos continentes, bajo de los mismos ritos y convenciones, bajo de los que se exprese su identidad; sea logo financiero o comercial, símbolo religioso o militar, etc., en lo que se expresen los contenidos que atraen nuestro rechazos o simpatías.

Son los nuevos marcos de referencias globales, como también de integración, partiendo de las actuales y tenebrosas emigraciones rechazadas.

Hoy se vive y cada vez más, como la gran manada, siguiendo logos, divididos, pero compartiendo un área común, la del culto al hedonismo, según pueda cada cual comprar, más o menos placer.

Se cree que ese mercado contiene todo cuanto es la Libertad, peor hoy que cuando Erich Fromm señalaba nuestro miedo a ella, por no asumir la responsabilidad de las mismas.

La Libertad a la que rehuimos más que ninguna otra es la creativa, pues toda creatividad es una rebelión de conciencias con consecuencias ilimitadas; por lo que la abandonamos a los macros-poderes, siguiéndolos o no.
Simultáneamente hay signos de mutación, en la meseta de la evolución donde lo anterior sucede.

Pero otras ocurren en el desarrollo que nos retan a asumir la organización estratégica gran-religiosa desde el poder económico y político primero para dar un salto, sabiendo que sin ella los individuos somos muertos en vida impotentes, pero aún estamos detrás de las grandes organizaciones y de sus sacerdotes; estos ni buenos ni malos, solo representantes de intereses históricos opuestos.

Es el escenario de lo heroico y de lo trágico; de lo fatálico y del tumulto, cosas por venir, donde la organización prima y primará dando prevalencia al modelo que lo penetra todo con su paciente y sabio uso interno y externo de la organización, siempre movilizada sin otro fin que el de mantener el espíritu de cuerpo y la unidad de sus fieles, para usarla eventualmente, sin desesperar ni erosionarse, organización omnipresente que la dirige, sabe cubrirla, y con credibilidad antes sus fieles, justificarla, aunque se trate de la disolución de los Cátaros, de la inquisición, o del exterminio de los Templarios, por sectarios, ricos, violentos competidores y por tanto fraccionarios, lo que los condeno.

No hay modelo ni ejemplo de poder mejor para emularlo, donde cada quien sabe lo que debe, hace lo que tiene que hacer; sabe callar o decir, comenzando por el Papa, quien no es un jefe, sino el reloj y espíritu de su tiempo.



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