La niña a quien le cortaron las manos…

La niña a quien le cortaron las manos…

La niña a quien le cortaron las manos…

Roberto Marcallé Abreu

El doble crimen cometido por un nacional haitiano contra una niña dominicana de apenas catorce años –la agredió a machetazos mutilándole las dos manos, parte de las extremidades y causándole daños severos en las articulaciones y órganos internos- está provocando crecientes manifestaciones de indignación pública contra la presencia de esos extranjeros –muchos de ellos indeseables-en territorio nacional.

Doble crimen porque imagino la situación de esa menor, procedente de un hogar pobre, en el que de seguro se carece de recursos para enfrentar los enormes gastos médicos.

Y la condición humana: haber sido arrastrada a unas circunstancias horribles por un desalmado incapaz de aceptar un rechazo a sus groseras pretensiones.

Es preciso cuestionar las razones de la inconcebible tolerancia de las autoridades, de numerosas instituciones y de una ciudadanía que no termina por comprender la necesidad de organizarse sin tardanza ante una ocupación foránea que incrementa nuestros trastornos y dificultades.

Esta muestra de salvajismo no es única. Quien revisa los periódicos tropieza con numerosas noticias de asesinatos, crímenes, violaciones espantosas, robos, realizados por haitianos.

En la frontera, cientos de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido al acoso de depredadores del país vecino.

Ganaderos y agricultores viven exhaustos por el robo de sus animales y de sus cosechas o de cualquier artículo a la vista y frecuentes agresiones físicas.

El robo y desguace de vehículos que son trasladados a Haití por la frontera representan una tremenda contrariedad.

Miles de haitianos cruzan la frontera hacia la República Dominicana provocando una distorsión grave del mercado laboral en la industria de la construcción, la agricultura, el comercio, el servicio doméstico.

Y ni qué decir de los permanentes agravios tan publicitados del denominado “comercio binacional”. Además de las campañas antidominicanas en el exterior.

Son proverbiales los contrabandos de armas y drogas desde Haití. El tráfico de dominicanas adolescentes y niñas secuestradas para prostituirlas.

Entre nosotros caminan asesinos, ladrones y violadores haitianos que se fugan de sus cárceles. Parturientas haitianas nos cuestan miles de millones de pesos –cinco mil millones, dicen las autoridades- en atenciones médicas mientras nuestros centros hospitalarios agonizan.

Los dominicanos gastan millones en atender enfermedades de las que son portadores los haitianos, el sida entre ellas, varias de ellas erradicadas antes de esta masiva presencia.

A los haitianos debemos la fiebre porcina africana, el cólera, el incremento de la lepra y la tuberculosis.

Esta gente subvierte la limpieza y el ornato de las ciudades. Expende productos sin control higiénico.

Agrede al ciudadano frente a los semáforos, mujeres con niños de meses mendigan en las esquinas, otros reclaman la piedad de transeúntes y automovilistas exhibiendo deformaciones de nacimiento o extremidades mutiladas.

¿Cuándo los dominicanos harán un esfuerzo por organizarse para detener de manera cívica pero consistente este inconcebible desasosiego?



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