La mujer, ¡bonita! Y la muñeca de trapo

La mujer, ¡bonita! Y la muñeca de trapo

La mujer, ¡bonita! Y la muñeca de trapo

Miguel Febles

La vida, en su expresión más simple, puede ser respirar. Si naces, respiras; si mueres, no respiras.
¡Respirar, la prueba de todo!

Otras funciones, como ver, oír, oler, sentir, gustar… propias de la vida, no son simples como respirar y ya. Y no lo son porque más allá de la conexión de estos sentidos con los instintos hay un condicionamiento que lo aporta la cultura.

Y si es así, que el entorno condiciona el significado de lo captado por los sentidos exteriores e interiores, ¿qué ocurre en nuestra infancia, o a lo largo de la vida, para que las mujeres se pasen gran parte de su tiempo tratando de verse bellas y los hombres esforzándose en tener con ellos a la más hermosa? ¿Habrá en esto algo más que condicionamiento?

Yo no sé, como diría el César Vallejo de Los Heraldos Negros.

En este punto, y a propósito de la belleza, pregunto: ¿qué es una mujer hermosa?

Una tradición atribuía belleza a una banileja asomada en una ventana. Pero esa misma tradición la disminuía en la tal condición cuando se la veía de pies a cabeza. “Mujeres de ventana”, decían.

José David Figueroa Agosto perseguía un tipo de belleza obra de quirófano, dieta, gimnasio y bisturí. Y en las pasarelas de los grandes hoteles, a donde van a dar los concursos de la más linda, es común la mujer alta, delgada, de abundante cabellera, inculta, buen busto, vientre plano y cadera moderada.

La mujer de la calle, no aquella de la bohemia o el burdel, sino la simple mortal que arriesga la vida en un quirófano de parte atrás, cuando se siente hermosa quiere exhibirse y que la exhiban.

Y cualquiera que lea estas líneas habrá oído decir que el examen más crítico, ácido si se quiere, de la belleza de una mujer lo hace otra mujer.

¡Visten y desvisten con la mirada!

Algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza, ha escrito Platón en El Banquete, pero, ¿qué belleza? Toda, dice el escribidor, porque la belleza no es sólo aquella que se ve; también la que se siente.

Leí hace años en un libro de zoología que impronta es aquella marca impresa en el pollo de cualquier ave por la primera visión de su madre.

Algo parecido debe ocurrir con la niña que sale de la infancia mirando a una muñeca estilizada con la que después quiere parecerse.

Y el varón, que no puede jugar con la muñeca de su hermana, también debe de quedar “improntado” por aquel objeto como para pasarse la vida persiguiendo a una mujer por un estereotipo de belleza.

Si esto es así, el escribidor ha vivido en desventaja, porque de niño sus hermanas jugaban muñecas de trapo, para nada bellas, de ninguna manera estilizadas; cuadradas de la cadera a los hombros eran y hechas en una pieza del cuello a la coronilla.

¡Válgame Dios!
Respiro, pero jodido.



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