La ley de música

La ley de música

La ley de música

Rafael Molina Morillo, director de El Día

“Usted no puede oir ese merengue, ahora le toca escuchar a Vivaldi”.

Aunque no sea con estas mismas palabras, eso es más o menos lo que pasaría si el anteproyecto de la ley de música que se debate en estos días llega a convertirse en realidad.

Estoy seguro de que el autor del anteproyecto (el diputado y notable cantautor Manuel Jiménez) no ha advertido el peligro que conlleva su iniciativa, aunque esta haya nacido acompañada de la mejor buena fe y de su reconocido amor por la música dominicana y por la cultura en general.

El proyecto de marras establece, entre otras cosas, que las estaciones de radio transmitan un 50% de su tiempo en música, espacio del cual un 40% debe ser música criolla y un 10% música clásica.

En otras palabras, habría momentos en los cuales usted querría escuchar, por ejemplo, a Mozart, pero la emisora está tocando “El Negrito del Batey”, o a la inversa, usted se quiera relajar con” Bachata Rosa” pero en ese momento lo que está en el aire es una pesada obra de Debussy.

Estamos, pues, frente a una eventual amenaza a un principio tan fundamental en materia de derechos humanos como lo es la libertad de expresión.

La libertad de expresión no es solamente un derecho de los periodistas, como podría creer alguna gente. Es, en cambio, un atributo del ser humano en general, y debe ser defendido en todos los terrenos de la vida.

El pintor se expresa a través de sus colores y de su obra pictórica; el novelista lo hace con sus narraciones; el político en sus discursos; el obrero con sus huelgas; y el músico con sus ritmos y melodías. Todos nos expresamos de alguna manera y tenemos derecho a hacerlo, con la sola limitación de respetar el derecho ajeno.

Yo también quiero expresarme libremente, y lo hago ahora diciendo que el mejor destino para el anteproyecto de ley de música es el cesto de los papeles.



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