Las manos del dictador Nicolás Maduro y de su régimen se mancharon de sangre.

Se cuentan por cientos los opositores que han caído abatidos por ejercer el derecho a protestar, que adquiere mayor relevancia cuando es contra un estado de cosas que destruye a una nación en su conjunto.

En su más reciente episodio, fue eliminado un rebelde que utilizó todos los medios a su alcance para hacer saber su decisión de rendirse.

El régimen decidió hasta qué hacer con el cadáver, como ocurría con las dictaduras latinoamericanas de los años sesenta y setenta.

A otros opositores que no ha matado los ha metido presos por razones eminentemente políticas.
Nicolás Maduro se ha tirado todas las reglas del juego de la democracia.

Se ha convertido en un dictador con las manos manchadas de sangre.

Tiene a una población rea en sus propias tierras. Cada vez es más difícil para un venezolano obtener la documentación de viaje para salir de su país.

Lo triste es que un gobierno como el de República Dominicana se haya prestado a hacerle el juego en su intento de validar sus atropellos.

El Gobierno dominicano se ha prestado para que maduro consolide su posición dominante y diezme a la oposición.

El régimen de Nicolás Maduro tiene bajo su responsabilidad un río de sangre y un mar de miseria en las que se ahogan los venezolanos.