La complicada cotidianidad

La complicada cotidianidad

La complicada cotidianidad

Roberto Marcallé Abreu

Con frecuencia me pregunto si existe algún límite. ¿Será México? ¿O uno de esos países de los que recibimos regularmente noticias pavorosas?

El hecho cierto es que el crimen se ha ido entronizando en la sociedad dominicana. Y, cada día, el horror se incrementa. Preciso es no negar cuanto ocurre, a fin de implementar los correctivos pertinentes.

Una anciana de noventa años. Una niña de seis. Nueve agentes de la policía en apenas dos meses. Un oficial de la Autoridad Metropolitana. Dos, tres militares pensionados.

Varios vigilantes privados. Tres empleados de una distribuidora de aves. Tres miembros de una familia. Varios “motoconchistas” y taxistas. Numerosos feminicidios. La sangre derramada se esparce y nos salpica el rostro y las manos.

Si a esta realidad se suman las violaciones, asaltos, atracos a mano armada, heridos en actos de violencia y delincuencia, y el clima de incertidumbre, la escena resulta espeluznante.

Hombres de negocios se quejan de cómo sus establecimientos se resienten ante lo invertido en seguridad. Cuando se visita cualquier sitio, los “securitys” están por doquier.

Espacios públicos y privados de esparcimiento que en otros tiempos eran un remanso ya no lo son tanto. Cualquier cosa puede ocurrir.

Gente armada y agresiva que se desplaza en motores puede presentarse. Una encuesta reciente informaba que, de los entrevistados, la casi totalidad había sido víctima de un atraco o conocía de alguien que lo había sido.

La prima del dólar asciende. Los suicidios aumentan a niveles preocupantes. Muertos y heridos en accidentes rozan niveles de epidemia. Son mayores los cargamentos de droga incautados. Y entre los involucrados se ha detenido a una decena de oficiales.

El tránsito, pese a la aprobación de una ley más rigurosa, sigue siendo una calamidad. Las calles de las principales ciudades del país y las autopistas interurbanas representan un ámbito cargado de peligros.

Hay protestas por doquier de comunidades que demandan la edificación de una escuela, un acueducto, la reparación de vías y aceras, vigilancia policial para frenar a los transgresores. Y ni qué decir de las demandas de aumento salarial.

Contra los esfuerzos de Medio Ambiente, la depredación de bosques y ríos y la producción de carbón no se detienen. Bandas organizadas invaden terrenos y no se vislumbra una indagatoria profunda acerca de la venta ilegal de predios propiedad del Consejo Estatal del Azúcar. Miles de haitianos siguen penetrando ilegalmente al país. ¿Qué pasa con nuestras fronteras?

Si a esto sumamos los cuestionamientos por los casos de sobornos, República Dominicana figura, en estos momentos, como un gigantesco dolor de cabeza.

Es esencial que los sectores que integran la sociedad asuman cuanto ocurre. Esta cotidianidad es, sencillamente, tan peligrosa como desesperante.



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