Inseguridad y miedo

Inseguridad y miedo

Inseguridad y miedo

Roberto Marcallé Abreu

Leer “entre líneas” ha sido, desde siempre, un ejercicio para quienes anhelan seguir los rastros a la verdad. Cormac MacCarthy, novelista estadounidense contemporáneo, ha escrito un párrafo lapidario sobre el tema, válido para curarse en salud de un ambiente saturado de equívocos, de medias verdades, falsedades y simulaciones.

“Las historias se transmiten y las verdades se omiten”, nos dice. “Cuando todas las mentiras hayan sido contadas y olvidadas, la verdad seguirá estando ahí. No se la puede corromper. No se va de un sitio a otro y no cambia”.

Cuando las inundaciones revelaban la verdadera situación en que viven miles de personas, los afectados se quejaban de que “los apartamentos que nos construyeron en años anteriores fueron repartidos por políticos entre sus partidarios, mujeres, amigos y familiares”.

Al momento de atrapar, ultimar o perseguir a criminales, la misma Policía usualmente informa que el infractor tenía “seis o siete fichas” por distintos delitos. La pregunta es la misma: ¿cómo es que estaba en la calle? ¿Quién dispuso su libertad y por qué?

Las modificaciones al denominado “Código Procesal Penal” vigente, cuya característica fundamental es el trato benigno a los transgresores, llevan años sin implementarse.

Por una enigmática situación, el instrumento es devuelto al Congreso una y otra vez. ¿Debemos reiterar que a dicho código se atribuye que decenas de delincuentes hayan sido beneficiados con subterfugios legales que les han retornado a las calles?

Vivimos en un estado de inseguridad y miedo. No se trata, solo, de asuntos espectaculares como el de Percival. Ciudadanos, familias y negocios son agredidos, despojados y asesinados por una delincuencia que no da tregua.

Este rosario se complementa con la corrupción impune, escándalos, asesinatos de mujeres, trata de personas, crímenes irracionales, robos, mercadeo de drogas y armas, delitos de “cuello blanco”. Es como una declaración de guerra contra las personas.

Días atrás, cientos de dolientes escenificaron una marcha en Santiago pidiendo justicia. ¿El motivo? La muerte violenta de sus padres, esposos, hijos, hermanos.

Algunos casos tienen diez años y los asesinos siguen en libertad.
Mientras se pretende disfrazar la verdad con cifras como las dadas por la Defensa Civil (“solo se produjeron trece muertos” durante las festividades de Nochebuena), la Policía manifestó que más de treinta personas perdieron la vida por actos de delincuencia, enfrentamientos, agresiones. Ocultar la verdad, disimularla, degradarla, no impide que la misma termine por aflorar a la superficie. Siempre ocurre.



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