Inés Aizpún, entre la guerra y la intransigencia

Matías Bosch Carcuro.

Por: Matías Bosch

Reconozco en Inés Aizpún una comunicadora que estimula, promueve y agita el debate. Y una hacedora de opinión pública. Son esas cualidades y esa posición (que la inviste, ciertamente, de poder e influencia) la que me mueven no sólo a leerla sino a polemizar con ella. No es la primera vez que lo hago.

En los últimos años Inés Aizpún, desde su columna en Diario Libre, ha sido una adversaria de los diálogos de paz en Colombia. Más de una vez ha calificado a las FARC como una banda de criminales y terroristas. Con esa organización todo diálogo y acuerdo de paz es ilegítimo de partida, espurio en su origen, a los ojos de Aizpún.

Su última columna sobre el tema la dedicó a enfilar contra la pregunta que irá en la boleta del referéndum por la paz Estado-FARC en Colombia, el cual se realizará este domingo 2 de octubre.

Para Aizpún la pregunta que se le hará a los colombianos está amañada, es una pregunta «envenenada» que «induce de manera aviesa» la respuesta de ciudadanos y ciudadanas.

Aizpún en este tema es extrema, blanco o negro. Como decía, para ella la sola idea de pacificar y concluir con acuerdos -dialogando- este conflicto armado es tan ilegítima, que en el fondo confiar en que los colombianos -un pueblo educado, culto y donde las FARC ni gobiernan ni son mayoría política- puedan decidir, soberanamente, si dan el «sí» o el «no» a la pregunta del referéndum, no tiene posibilidad de ser un ejercicio limpio y transparente. Pero cuando lo argumenta en realidad no desenmascara nada «avieso» ni «venenoso» en la pregunta, sino que invalida los resultados de cuatro años de diálogos sostenidos y acompañados por la ONU y gobiernos de los más disímiles credos políticos y modelos de sociedad… desde Noruega hasta Cuba. Con esto subrayo que lo que Aizpún repudia no es ninguna pregunta, sino que es el pacto en sí, la médula de la apuesta que hace un país hermano, Colombia, por lograr la paz.

Por mi parte, me parece importante puntualizar cuatro cosas:

1) Aizpún es para mí una formidable exponente (en fondo y forma) de lo que, claramente, es una nueva derecha ideológica iberoamericana y mundial; una derecha que se mueve con soltura suscribiendo posiciones liberales sobre temas sensibles hechos públicos hace poco (los derechos sexuales y reproductivos, el racismo, la igualdad y la no violencia de género, la corrupción, la inequidad social de los países) mientras mantiene una firme defensa del orden social dominante, sus ideas-fuerza, y sobre todo elogia la historia de los vencedores y apabulla con todo tipo de descalificaciones cualquier intento de los países subalternos y sometidos por construir una democracia, una institucionalidad y unas reglas del juego diferentes, con sus propios métodos y modelos; que por primera vez propongan e instalen paradigmas los vencidos de siempre, o por lo menos se haga con su participación decisiva. En lo particular, focal, puntual y coyuntural,liberalismo; en lo sustantivo, general y estructural, intolerancia y conservadurismo puro y duro. Esa es la fórmula que advierto.

2) En esa misma línea conductual, escamotean a los pueblos latinoamericanos (y también al español, griego, partes sin duda de la periferia de Europa) las cosas que se les aplaude a los países centrales y dominantes; los laureles que se conceden a las grandes figuras. Mientras se aplaude que en Suiza y en Suecia se hacen plebiscitos hasta para regular el horario de los centros de diversión nocturna, a Colombia se le niega la bondad de preguntar sobre el fin de la guerra en los términos que ha sido posible el pacto. Mientras los irlandeses lograron el Nóbel de la Paz con los acuerdos gobierno-IRA, en América Latina no se debe dialogar con «bandas criminales» como las guerrillas, y se deben censurar o prohibir sus expresiones. Mientras en Sudáfrica se admira porque Mandela y De Klerk lograron la salida pactada al macabro engendro del Apartheid, con Premio Nóbel para ambos incluido, en Colombia un esfuerzo así merece escarnio y desprecio. Mientras en casos famosos se han realizado acuerdos de paz, votados también en referéndum, aquí Aizpún y su línea ideológica llamaría a eso acuerdos «envenenados» con «bandas criminales».

Viene bien aclarar que todo esos ejemplos, incluyendo el referéndum y la pregunta que Aizpún llama «envenenada», es lo que se conoce en derecho como Justicia Transicional… Régimes especiales creados para transitar de dictaduras, estados de excepción y guerras civiles a Estados de derecho pleno.

Ojo, señora Aizpún: a mí no me encanta la «justicia transicional». En su versión criolla-juego de dominó dejó a Balaguer y a Imbert Barrera morir en sus camas. Lo mismo pasará con seres como Ramiro Matos, por ejemplo. En una versión más elegante y solemne, la «justicia transicional» es la misma que permitió que la democracia electoral volviera a Chile sin que Pinochet ni ninguno de los verdugos responsables de su tiranía cayeran presos ni pisaran un tribunal… Es más bien usted la que admira y ha exaltado el modelo político y económico chileno.

Yo en mi caso simplemente admito que con sus virtudes y graves defectos es la manera realista que han tenido los países para superar historias cruentas y situaciones sin salidas impuestas. Podemos proponer uno mejor, pero jamás uno peor ni sugerir el estancamiento o la guerra sin fin.

Pero en el fondo, insisto: En la nueva derecha liberal, conceptos como democracia, libertad, justicia y diálogo son para suscribir y aplaudir «allá lejos»… aquí, «donde quema», esas palabras deben quedar para «los capaces», «los respetables» y «los que saben».

Tolerancia en el discurso, pero intransigencia a que las izquierdas y gobiernos/proyectos de esa identidad ganen posiciones; apertura sí pero no aquí, donde el populacho después hace cualquier disparate si le damos confianza. Aquí en el «subdesarrollo» hay que espantar sin miramientos al dichoso monstruo del «populismo» de que «la mayoría se exprese»… Aún cuando sea para que el pueblo griego no pagara una deuda ilegal e ilegítima; aún cuando sea para terminar con una guerra; aún cuando Santos de pro-FARC no tiene una gota en su ADN y es representante leal de la élite económica, social y política de su país.

3) A la hora de hablar de terrorismo, condenemos con total radicalidad el terrorismo insurgente y subversivo, la violencia individualizada y vengativa, las aberraciones vanguardistas, el crimen y el asesinato, el secuestro…y condenemos todo eso también cuando ha sido y es ejercido por los Estados, los paramilitares organizados por las oligarquías, los escuadrones de la muerte de los grupos de poder, la violencia generalizada en nombre de «guerra al terrorismo» y «guerra al narcotráfico», incluyendo bases militares extranjeras hijas del invento monstruoso llamado «Plan Colombia».

En Colombia hay entre 200 mil y 300 mil muertos por la guerra. 7 millones de desplazados. El primero de ellos es Jorge Eliécer Gaitán, asesinado vilmente en 1948. Los segundos fueron los grupos campesinos que reclamaron alguna vez tierras, antes que nacieran las FARC, el ELN y el M19. Quien no conoce a Gaitán ni conoce el latifundio en Colombia no puede entender nada de la guerra y las guerrillas. Muchos de los asesinados y desplazados son las víctimas de las guerras del Estado y los latifundistas contra el campesinado más pobre. Muchos de ellos han sido dirigentes rurales e indígenas. En 2016 ya superan los 30 muertos (lo dice El País de España). Parte de ellos son también los casi 5000 dirigentes asesinados, incluyendo dos candidatos presidenciales de Unión Patriótica, el partido que las FARC crearon para retirarse de la guerra en los años ochenta y de vuelto recibieron balas y sangre. Parte de los muertos son los «falsos positivos» y las fosas comunes del gobierno de Uribe, por cierto el mas encarnizado promotor del «No» a la pregunta que Aizpún llama «envenenada».

En una línea, señora Aizpún: Colombia vive un estado de terror generalizado hace casi 60 años. Ni de izquierdas ni de derechas, ni de guerrillas ni del Estado: no puede haber terrorismo malo y terrorismo bueno. No hay violadores de Derechos Humanos nobles y otros que son «banda». No hay DEA narcotraficante santa y guerrilla diabólica. No pueden haber unos asesinatos positivos y otros malditos.

Y 4) En esto le vuelvo a decir a Inés Aizpún, y con ella a la nueva derecha liberal de la cual -ya dije- es formidable exponente, que hay que estudiar más Historia latinoamericana; conocer pero no desde lo meramente cognitivio, sino como enseñó Hostos, desde la consciencia: conocimiento, emoción y voluntad. Comprender más y azuzar menos, ayudar más y espantar menos, más generosidad y aprecio por los intentos y menos escamoteos. Menos sermones y más oídos y mente abiertos. Colombia no está haciendo nada que no se haya hecho antes. Y Nuestra América, como la llamo Martí, no tiene que importar soluciones ni aprender lecciones: tiene derecho a un camino propio. No puede llegar a proclamarse como destino fatal aquello que dijo Gabriel García Márquez: que los condenados a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la Tierra.

Por último, no espero respuesta alguna, y a la vez bienvenida si esta llega. De ser así, anhelo que no sea como aquella vez en que al exponer a la señora Aizpún la realidad venezonala y latinoamericana, me contestó que todo mi argumento se desprendía de que yo era «chavista». En esta ocasión sería muy triste que de todo esto se indujera que soy un simple «terrorista» o tal vez un «pro-guerrillas».

Espero, de corazón, que con tan buena polemista como es Inés Aizpún, las ideas puedan fluir y el debate tener cabida. Es la única manera de construir en buenas bases.