Incluyendo el desenlace

Incluyendo el desenlace

Incluyendo el desenlace

Creo que el pasado Día de los Padres es el más “desabrido” que he vivido en mucho tiempo, no hablo de lo que haya recibido como regalo por la condición de Padre, sino del estado de ánimo que imperó ese día en muchos hogares.

Resulta que “ser Padre” es una responsabilidad que muchos asumimos como un sacerdocio, y vista las circunstancias en que nos desenvolvemos, es cada vez más difícil llenar las expectativas.

Un buen Padre, por “default”, es un buen proveedor; obtiene recursos de forma honesta, los administra correctamente, los distribuye de acuerdo a prioridades, reconoce premiando aquellos que en el núcleo familiar cumplen debidamente su rol, aconseja  y,  justamente, castiga a los que desobedecen las reglas de la casa.

Cuando sea necesario, el Padre debe trabajar el doble, debe controlar el presupuesto familiar, pero sobre todo, debe enfocarse en el bienestar de la familia.

En momentos difíciles, pensar en viajes o estar comiendo en restaurantes debe ser rechazado.

Por supuesto, no todos los Padres asumen sus deberes de forma correcta; muchos tienen su propio “librito”: años y años de fracasos no les sirven de ejemplo, pues ellos son “los que más saben”, peor aún: los únicos que saben.

La cosecha de estos Padres que se creen superiores, innovadores, es que los miembros de su familia terminan reprobando asignaturas, consumiendo drogas, alcohol y finalmente delinquiendo.

A su vez ese Padre termina siendo aborrecido por su comunidad, y como si fuera poco, la mayoría de sus descendientes y miembros de la familia pasan a engrosar las ergástulas que en su momento pensaron nunca pisarían.

El papel de un Padre en la familia se asemeja al de un Presidente y el país que le toca gobernar.

Incluyendo el desenlace.



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