Impotencia y desesperanza

Impotencia y desesperanza

Impotencia y desesperanza

En poco o nada, al parecer, los ciudadanos pueden incidir sobre el derrotero o los destinos del país en que nacimos, en que vimos por primera vez la luz. Presente y futuro no se vislumbran promisorios.

Todo lo contrario.
La realidad se manifiesta en la significativa cantidad de personas que pierde la razón o muere a consecuencia de derrames cerebrales y ataques cardíacos. El suicidio es, ya, una epidemia.

El desconcierto, el abatimiento y la confusión nos agobian. La violencia está a flor de piel y por motivos insignificantes cualquier desavenencia concluye en un derramamiento de sangre. El consumo de alcohol es escandaloso.

Uno observa a infantes y jóvenes y se pregunta: ¿qué futuro les aguarda? Sobra citar estadísticas acerca de los embarazos de niñas entre las cuales hay muchas que aun no cumplen los trece años. ¿Cuántos de nuestros muchachos y muchachas agonizan en una inercia mortal sin perspectivas? Esta condición los arrastra primero a la frustración y el desencanto y, finalmente, a la delincuencia, el sicariato, la droga, la cárcel, a atentar contra sus propias vidas.

La desesperación se manifiesta en la violencia callejera, la amargura e insatisfacción de la gente, la impotencia emocional que provoca saberse un objeto de las circunstancias y no un ser humano digno.

Basta con observar la diferencia entre los rostros de los eventos sociales, las “inauguraciones”, las innúmeras “charlas” y “encuentros” donde concurren los beneficiarios y privilegiados de la política, los negocios, el comercio, los manejos, todos ellos muy satisfechos, muy maquillados, con los trajes, vestidos y peinados de última, en contraste con los de la gente que camina por esas calles presa de una infinita amargura, atosigada por problemas irresolubles y un presente y un futuro de oscuridad, miedo y abandono.

La prima del dólar ya supera con creces la desencadenada tras la crisis del Banco Intercontinental en 2002. Y sigue subiendo. Nadie ignora las tétricas consecuencias: alzas en los precios de los alimentos, las medicinas, el transporte, los combustibles, los servicios.

El pueblo no tiene cómo defenderse. Su insatisfacción, su necesidad, su hambre y su desesperanza crecen incontrolables.

El ciudadano carece de dolientes. Sencillamente no importa. Esta indiferencia de las autoridades, esta apatía, es caldo de cultivo de la criminalidad, los atracos, los escalamientos, los asesinatos cada vez más horribles e injustificados.

Igual que los feminicidios, el hallazgo de cadáveres de personas que son encontrados en cualquier lugar con sombría frecuencia víctimas de la descomposición social. Los suicidios, los accidentes de tránsito, la muerte de mujeres son, ya, una verdadera epidemia que a cada momento nos roba vidas valiosas.

Y ni qué decir de las mortales competencias de motocicletas en las que fallecen los conductores e inocentes peatones.

Se puede mencionar cifras sobre nuestra real realidad, en contraste con el universo paradisíaco que se nos quiere vender en los spot publicitarios.

Con apenas dos palabras podemos definir la verdad de cuanto acontece: desesperanza e impotencia. Mire dentro de sí y examine el mundo que lo rodea. Terminará por darme la razón.



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