Idolatrías posmodernas

Idolatrías posmodernas

Idolatrías posmodernas

José Mármol

Cuando un fenómeno que asumimos profundo es analizado en profundidad, entonces, se torna comprensible y hasta superficial. Lo sustentó en su obra aforística “Voces” (1943) Antonio Porchia al decir que “Lo hondo visto con hondura es superficie”.

También lo superficial, visto con hondura, se torna profundidad y complejidad.

En lo evidente radica la urdimbre de lo profundo. Esa través de la piel como se conocen la complicadísima maquinaria del cuerpo y la puerta de entrada a lo sensorial, la sensualidad y la sexualidad. El misterio no radica en la sombra, sino, en la claridad.

Lo profundo no reposa en la médula, sino, en la capilaridad. Así las cosas, nada más elemental que la vida cotidiana para diseccionar y comprender las estructuras mitológica y de pensamiento de una cultura.

Aunque conforme su propio desarrollo y el de la sociedad y sus instituciones el pensamiento sociológico fue adentrándose en complejidades categoriales, proposiciones sinuosas y economicismos discursivos y metafísicos, no es menos ciertos que en los fundadores de esa disciplina como Comte, Durkheim, Weber o Simmel ya era convicción otorgar a la cotidianidad una importancia cimera para poder comprender al individuo, el tejido social y las manifestaciones societales como elementos clave de un modo de producción, unas instituciones jurídico-políticas, una simbología cultural, unas creencias y costumbres, unas identidades, un orden y un desorden, un estilo de vida y de muerte, un imaginario y un universo de representaciones personales y colectivas.

El sociólogo francés Michel Maffesoli ha devenido uno de los más destacados pensadores acerca de la posmodernidad, entendiendo por esta la relación íntima entre lo arcaico y lo tecnológico y digital, entre el individualismo de la modernidad y la tribalización o agrupamientos propios de la contemporaneidad, entre el pasado y el presente.

La posmodernidad es al imaginario y al mito de la vida concreta cotidiana, sus pasiones y emociones, lo que la razón y la emancipación fueron, en tanto que aspiraciones mayores, a la modernidad y la Ilustración.

La posmodernidad constituye un llamado al Carpe diem del poeta romano Horacio, en la medida que exalta la validez del relativismo, es decir, de la relativización del absoluto como un valor y de los valores absolutos, y por qué no, su aparente trivialización, para acercar el sentido de fenómenos que se consideraban opuestos, convirtiéndolos en referentes simbólicos disfrutables aquí y ahora.

La cotidianidad, sus iconos, mitos e ídolos son, en estos tiempos, una temática del pensamiento sociológico. El mito, dice Maffesoli, reconociendo a Barthes como predecesor, es un oxímoron, porque es, en efecto, su “oscura claridad” la que funge de fanal, de ente iluminador.

De ahí que fuera Weber quien invitara a los sociólogos a ponerse a la altura de lo cotidiano, para comprender los entresijos de lo social.

En la obra “Iconologías. Nuestras idolatrías posmodernas” (2009) Maffesoli sugiere que la preocupación existencial posmoderna radica en verbos como vestir, comer, habitar, teatralizar y amar.

Sus efectos o productos consumibles parecen “naderías”, pero, son la “sociabilidad” en gestación y constituyen la “totalidad” de la existencia.

Todo es símbolo y metáfora de consumo hoy día, de Nietzsche al Che Guevara, de Zidane al fast-food, de la marca Hermes al sicoanálisis, de Marx a Zarkozy, de la abadía al hedonismo social, del Homo sapiens al Homo demens u Homo ludens, de Google a las orgías de música electrónica, de Mahoma a Harry Potter, de Dior al cambio climático, de Drucker a Houelebecq, de la Cibercultura al Santo Grial, de la razón a la emoción, de la oración solitaria al frenesí social, de la representación estética a la creación. Volvemos al instinto animal, al vínculo tribal como idolatría.



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