Hiperconectados y desnudos

Hiperconectados y desnudos

Hiperconectados y desnudos

En un encuentro con el periodista y estratega Sergio Roitberg en el que nos ofreció detalles y profundizaciones acerca del contenido de su libro “Expuestos” (2018), comentábamos en torno a cuán veraz hacía el mundo transparente de hoy las advertencias que a finales de la década del 20 del pasado siglo el filósofo Martin Heidegger pregonaba, especialmente, sobre el peligro de la autonomía de la técnica frente a la naturaleza y al ser humano; advertencias que luego convertiría en su famosa conferencia de 1953 titulada “La pregunta por la técnica”.

Ahondando en los ribetes éticos de esa reflexión, profundizando la noción de responsabilidad, y adecuándolos a la civilización tecnológica, tiempo después el filósofo Hans Jonas (1979) subrayaba señalamientos acerca del riesgo que para la humanidad implicaban la aceleración desmedida y un culto delirante a las ya más firmes tendencias tecnológicas y automatización de la vida cotidiana.

La promesa de libertad de la tecnología se fue convirtiendo en una amenaza al principio mismo de libertad, sin que ello implique demeritar los avances que en materia de conocimiento la revolución tecnológica ha generado, así como en la facilitación del desempeño cotidiano y prolongación de la vida y su calidad.

Desde “2001: Odisea del espacio” (1968) de Stanley Kubrick hasta los desafíos de la Inteligencia Artificial (IA), los experimentos biogenéticos, el internet de las cosas y las redes sociales han sido múltiples los espantos que la especie humana ha tenido que lidiar.

Roitberg nos confesó que el título original de su ensayo en torno a las nuevas reglas del mundo transparente e hiperconectado, que en realidad nada tiene de refulgente, era la palabra “desnudos”.

Poco importó el cambio, porque la desnudez, en cuanto que pérdida de la intimidad y la privacidad del individuo en la era actual es, sin duda, una de las características máximas del estar expuestos, del ser un mero dato, del reducirnos a un carné biométrico como supuesta identidad, del ser observados constantemente por el panóptico digital (un universo de cámaras de vigilancia y pantallas que nos miran, miramos y se miran) y sicológicamente parametrizados por determinados algoritmos.

Heidegger vaticinó que mientras más nos acercáramos al peligro de la técnica, más claro podríamos tener el camino que lleva a lo que nos salvará, pero solo si más intenso se hace nuestro preguntar.

“Porque el preguntar es la piedad del pensar”. La desnudez a que estamos expuestos no es ya parte de la ingenuidad adánica, sino del asombro que la incertidumbre y el desasosiego de estos tiempos nos infunden.

La hiperconexión, de acuerdo con Roitberg, ha dado lugar a una redistribución del poder en la sociedad posmoderna, porque ha creado un empoderamiento individual sin precedentes, colocando nuevamente, como a efectos de la revolución copernicana en Kant, al sujeto, al individuo, ahora acompañado de un smartphone, como centro de lo que ocurre en el mundo. Ha cambiado, pues, el poder en manos de la gente y no la gente.

No nos movemos ni pensamos en la lógica de los círculos concéntricos; mucho menos en la linealidad. Nuestros dedos y nuestra mirada se mueven en una inmensa red, expansiva como el universo, y en una lógica del caos y la multiplicidad de polos o centros volátiles, efímeros o con caducidad programada. ¿Nuevo sentido de la democracia comunicacional en el medio digital? ¿O reificación del caos?

De ahí la importancia de aproximarse a la tarea de comprender el mundo actual a través de los conceptos de Pensamiento Orbital y Propósito Compartido que en su ensayo este autor nos ofrece. Vivimos la paradójica simultaneidad de la desnudez y la hiperconectividad.



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