¿Hacia dónde vamos?

¿Hacia dónde vamos?

¿Hacia dónde vamos?

Roberto Marcallé Abreu

Días atrás, personas que fueron evacuadas durante las tormentas ciclónicas del pasado año decidieron retornar a sus deterioradas viviendas, a sus calles lodosas, a sus vecindarios de miseria y abandono.

“No nos han cumplido una sola de las promesas que nos hicieron de reubicarnos”, dijeron, refiriéndose a las autoridades. “Nuestra única salida es la de volver hasta que un ciclón o una tormenta nos obligue a salir corriendo otra vez”.

Palabras de una angustiada señora originaria de la Línea Noroeste. Igual las dirían familias ubicadas en cientos de lugares de toda la República. Los infelices, los desposeídos, los débiles, los vulnerables, carecen de padrinos.

Una revisión de los “grandes proyectos” y los nuevos pactos y leyes en proceso que se publican, ofrecen la impresión de que este es un país con logros jamás vistos.

Recorrer algunas de nuestras ciudades y contemplar el “crecimiento vertical” resulta, en definitiva, engañoso. Igual que revisar estadísticas.

Se trata de un espejismo.

La mayoría de los habitacionales mencionados son inaccesibles para la generalidad de los ciudadanos, personas agobiadas por salarios y sueldos limitantes y una existencia marcada por la desprotección y el abandono.

La existencia del dominicano de clase media y pobre es difícil.

Nuestra percepción no alcanza siempre a descubrir el accionar de la nueva –y vieja-aristocracia de potentados que vive acorde con las exigencias del primer mundo y que administra el país a su antojo y conveniencia.

No nos extraña, en este contexto, su renuencia a elevar los sueldos en general, ni siquiera el salario mínimo. Sus representantes aspiran anular las contadas conquistas de empleados y trabajadores.

Hasta el Banco Mundial ha proclamado que los salarios miserables, debido a la migración masiva permitida o auspiciada por las autoridades y sectores del comercio y la empresa, son un factor fundamental en nuestros niveles de pobreza.

El costo de la vida sube sin cesar. El dólar se aproxima a 50 pesos por uno (un poco menos que al producirse la crisis del cierre del Baninter). Igual suben los precios de los combustibles, los alimentos, los servicios.

El país está abrumado por un terrible desorden: la seguridad ciudadana es caótica, los atracos, los crímenes contra mujeres no cesan, una delincuencia cruel y malvada asesina a ciudadanos indefensos, oleadas de indigentes del oeste roban sus espacios a las parturientas, a los trabajadores, a los campesinos dominicanos.

Hay confrontaciones y asomos de crisis social con maestros, ingenieros, agricultores, médicos, moradores de vecindarios marginales.

Revisemos algunos titulares. “Matan oficiales de la PN y ERD para quitarles sus armas”. “Las cifras no mienten, pero los mentirosos las usan, sobre todo cuando las pueden construir a su antojo” (Pedro Silverio Álvarez).

“Dudosa muerte de un italiano mochilero en Bávaro” (Tania Molina), Agricultura reconoce haber detectado “la plaga del caracol gigante” que, según la Asociación Nacional de Profesionales Agropecuarios “representa un peligro para la producción”.

“El país tiene una mala calidad en la atención sanitaria”, (Dayana Acosta, Dilenni Bonilla”). Pedir o cobrar sin trabajar “se expande de tal manera que daña el espíritu tesonero de los dominicanos”.

“Se incrementan” aquellos cuya vocación es “hacer fortunas sin ganárselas honradamente”. (Editorial de El Día).

¿Hacia dónde vamos? Pocas palabras bastan. Creo que para muestra, como decía el viejo refrán, un botón es suficiente.



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