Grano de arena

Grano de arena

Grano de arena

Un día la República fue echada a andar, y como los fundadores se quedaron en el camino, a nosotros nos toca tenerla en pie, pero en ese propósito no encontramos nada mejor que la fuerza y, consecuencia inevitable, debemos recurrir a policías, guardias y calabozos.

El garrote, la onza de plomo y las esposas, la investigación de los fiscales y las cárceles a donde nos mandan los jueces son los instrumentos de un Estado policial, pero en ningún caso una proclama de nuestro mejor estado de civilización.

Si los investidos con la autoridad tienen una moral vulnerable —como ocurre— el garrote, el expediente y los barrotes sólo pueden alcanzar a inválidos y huérfanos sociales.

Perdimos de vista hace tanto tiempo la razón de ser de una familia, un vecindario, una nación, que ante la imposibilidad práctica de vivir con la decencia mínima de gente, nuestro intento desesperado es con la fuerza, la cual tiene en policías y militares su expresión dura, concreta. Allí no hay representación ni simbolismo, como pudiéramos tenerlo en el tribunal.

Ante la infuncionalidad —la anomia, dice un amigo— técnicos e instituciones sacan toda suerte de recetas para mejorar la Policía.

Y el escribidor les dice, tomado por lo peor del espíritu de Bonó o de José Ramón López: si consiguen la anunciada reforma policial, durará tanto como cucaracha en un gallinero.

La reforma debe ser realizada en la sociedad, de donde salen porteros, policías, militares, regidores, alcaldes, diputados, senadores, fiscales, jueces, directores, ministros, presidentes y empresarios con probabilidades, como cualquier policía, de usar instrumentos puestos en sus manos por la sociedad o el destino para el perjuicio de los otros y del funcionamiento deseable de la vida en común.

Cuando el ejemplo de la anomalía llega de los líderes o dueños (entre nosotros es lo mismo), ¿cómo se le quiere imponer a los peones la decencia?

He evitado hasta aquí el concepto “pacto social”, pero de todos modos, como nunca lo hemos tenido de manera expresa, sino tácita, talvez sea inevitable identificar el papel deseable de la política, la clase media, empresarios, obreros, intelectuales… determinar cuál es el papel de la fuerza y reenfocar nuestra moral social.

Recuerden: cuando la política era una anomalía insoportable, vino una invasión y nos sometió; desaforados de nuevo, tuvimos un dictador que mataba a los políticos. Tuvimos de nuevo la etapa de políticos matándose entre sí y ahora vivimos la del todos de acuerdo, pero sigue habiendo bajas, esta vez de pobres sin horizonte ni padrinos, a quienes ejecutan con impunidad absoluta y estos matan a quien pueden.

Un desastre imposible de resolver reformando la Policía. Reformémonos todos, cada cual es un grano de arena.



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