¿Es eso lo que se quiere?

¿Es eso lo que se quiere?

¿Es eso lo que se quiere?

Roberto Marcallé Abreu

Salvo que uno se crea poseedor de la verdad absoluta, los criterios divergentes, las opiniones paralelas o contradictorias, una oposición consistente y humanitaria que se practique fuera de criterios demagógicos o para complacer demagogos o incautos, resultan positivos para cualquier gestión.

Y si de algo hemos pecado desde siempre, tanto de parte del sector gubernamental como de quienes le adversan, ha sido la ausencia de objetividad. No es vergonzoso formular propuestas o vías de avenencia. Éstas contribuyen a aliviar la realidad de personas abandonadas o que sufren y que requieren de forma urgente la presencia de quienes poseen la capacidad de implementar soluciones.

Interpretemos esta actitud como una reafirmación de los valores en que muchos fuimos educados. Existe una infinidad de problemas que se pueden aliviar o corregir siempre que medie una actitud sabia. No solo deben ser los políticos los que expongan y asuman las iniciativas.

Adoptar este punto de vista, que se puede calificar de democrático –tanto de la parte oficial como de la oposición o de simples ciudadanos- nos puede dar una idea de a quiénes, realmente, les preocupa su país. O de los que solo andan a la busca de beneficios personales o de grupo, de esos que son capaces de vender su heredad por un plato de lentejas. Frialdad y objetividad en los juicios. Argumentación sólida, consistente. Uso de un lenguaje civilizado, que dé espacio a la reflexión y al diálogo constructivo y sin dobleces. Respeto al contrario. La vocinglería, las maldiciones, los adjetivos calificativos, la vulgaridad, la bajeza, disminuyen en su esencia la búsqueda de soluciones. Caldean los ánimos, provocan respuestas más enconadas, y crean un ambiente de crecientes conflictos irresolubles.

Resulta del todo absurdo negar los avances en muchos órdenes logrados en las últimas décadas por el país. A otro nivel, hemos retrocedido y nos hemos degradado de manera escandalosa. Vivimos en un claroscuro. Y conviene hacer énfasis en lo que nos eleva y procurar enfrentar con seriedad lo que nos disminuye y entorpece.

¿En torno a cuáles temas debemos centrar el debate? Citemos algunos: La pobreza extrema. La corrupción. La impunidad. El estado de la justicia. La creciente y peligrosa presencia haitiana. La situación de degradación de las organizaciones políticas.

La deuda externa. El costo de la vida. Las agresiones contra los recursos naturales. El mal uso de los dineros públicos. La clase media. Los salarios. La situación hospitalaria.

Debatir estos temas –y otros- con altura y profundidad, nos hace crecer. Lo demás puede catalogarse como el escenario de una pelea de gallos cuyo resultado es siempre la muerte trágica o la derrota humillante de uno de los contrincantes. ¿Es eso lo que se quiere?



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