¿Es cultura…?

¿Es cultura…?

¿Es cultura…?

¿Alguna vez se ha visto alguien compelido por sí mismo a opinar sobre de un tema en el que no se siente competente, pero sobre el cual cree debe llamar la atención pública, para que los competentes e interesados opinen ilustrándonos?

Tengo la sensación de vivir entre personas mayoritariamente alienadas, arreadas bajo la conducción y dominio de campañas publicitarias comerciales, que promocionan sus mercados y mercancías, buscando ganancias óptimas, sin reparar en los efectos y calidad de los productos que promueven bajo llamativas envolturas.

Dentro de los infinitos artículos de este gran supermercado está la cadena de empresas dedicadas a la explotación de la cultura reduciéndola a su mínimo nivel, masificándola igual que privatizando las artes, el deporte, la distracción, el disfrute de la naturaleza, etc., bajo esquemas muy particulares e interesados que afectan la psiquis y el cerebro humano y su evolución, cuando se reducen a excitar los instintos reprimidos ordinariamente, cuando lograda una vez la experiencia, esta se refuerza subsiguientemente hecha adicción, con la que se puede controlar el comportamiento social, condicionándolo subliminalmente – es decir inconscientemente, dirigiéndolo hacia fines concretos, que por el carácter secreto ante las poblaciones ya se puede sospechar que van contra ellas en lo inmediato y lo futuro.

Aunque no es lo que ahora nos interesa, es el caso de las políticas antidrogas, que incrementan la necesidad de su uso, su precio y su mercado, convertida en la amante oculta de la acumulación del capitalismo desde la guerra del opio en China y otras como las que en 1965 las trajeron aquí o las llevaron a Vietnam como contrainsurgencia y como acumulación originaria de capital de muchos.

¿Es el farandulismo al cual me refiero lo mismo? Una forma de alucinación transitoria y de alienación permanente dirigida internacional y localmente a la desnaturalización social y a su desmembramiento, arrastrando a nuestros pueblos, bajo la argucia del divertimiento y de la libertad de empresa, sosteniendo la lucrativa industria del espectáculo cuyo fin, además de la ganancia, sería la de la política, que aporta a nuestra colonización un retro-proceso, que nos incapacita para interesarnos y reaccionar ante los problemas del mundo que nos rodea, haciéndonos impotentes para superarlos, obligándonos a ellos y en defecto condenando a nuestra descendencia a peor decadencia degenerativa. ¿Es este proceso una programación?

Es impresionante el reforzamiento del empuje convocatorio y las facilidades del farandulismo del que hablo en el país, más influyente en la población de clase media que los programas interactivos en las clases populares, que con ellas cogen gusto con sus políticos, según el cada día.

Viviendo el momento histórico de la integración global, esta nos plantea decidir las condiciones en las que nos integramos, ¿Con qué? ¿Para qué? Reacciono contra la inducción creciente al consumo de basura cultural sensorialmente retroalienante e involucionista.

No hablo de transculturización, la que es buena, sino de inculturización, porque sus víctimas lo son por carencia de ninguna otra que les sirva de base y como referente a diferentes opciones buenas para el crecimiento humano.

Partimos de que el ser humano tiene en común con los animales los instintos primarios. Limitados a ellos ya no hay diferencias. La sensibilidad cerebral y la evolución de esta hacen la diferencia.

El ser humano es el único que hace cultura para servirse de ella como patrimonio común civilizatorio, lo que se resume o se traduce como la liberación que deriva del conocimiento. La privatización del dominio de esta, está en la médula de los conflictos mundiales librados entre el destino del hombre, la defensa de los derechos humanos y universales vs. el poder.

Para reducirnos al estadio común con los animales, basta con redirigir nuestras carencias y el estrés social, creándonos adicciones instintivas, alimentándonos con bazofia cultural (excremental), de la que se nos está haciendo dependientes.

Temo ser represor de la libertad de empresa y de expresión ajena. Temo igual que a nombre de ellas puedan estar lucrándose vendiendo bazofia cultural para llevarnos a un estadio de divorcio con nuestras conciencias. Más que todo, deteniendo nuestro crecimiento en el de los instintos primarios.

Es aquí, para mí, “donde la puerca retuerce el rabo”, porque puede ser que mis paradigmas y puntos de vista derivados sean equivocados. Es por lo que deben opinar los interesados y los competentes.



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