Hay un virus que ya llegó a España, pero desde hace varias décadas está recorriendo todos los países del continente latinoamericano.

Tiene un nombre.

Se llama corrupción administrativa.

Todos los pueblos de la región levantan su voz de protesta; y el pueblo dominicano no está exento. El retroviral más recurrido en la región también tiene un nombre, y por lo general se sintetiza en una frase: plan de combate a la corrupción.

El mal está identificado y el plan para eliminarlo ya existe. Hasta ahí todo esta bien.

El problema radica en el patrón equívoco que implementan las autoridades en los países que levantan la bandera de la lucha contra la corrupción.

En el caso de nuestro plan de combate a ese flagelo vamos a compararlo con una orquesta sinfónica que tiene instrumentos de fina calidad.

Aun así la sublimidad y el nivel de afinamiento de la música que toque va a depender de la calidad y sincronía de los ejecutantes.

La percepción enraizada en el pueblo es que tenemos un Ministerio Publico, así como juzgados y jueces involucrados con dedicación en el plan de combate a la corrupción, pero que algo falla; y lo cierto es que el país todavía no cuenta con un verdadero régimen de justicia que ataque la raíz del mal.