El terremoto de Haití y la indiferencia Internacional

 El terremoto de Haití y la indiferencia Internacional

 El terremoto de Haití y la indiferencia Internacional

El 12 de enero de 2010 un terremoto de magnitud 7.0 en la escala de Richter, con epicentro a unos 15 kilómetros al suroeste del centro de Puerto Príncipe, y con hipocentro a unos 10 kilómetros de profundidad, destruyó gran parte de la ciudad de Puerto Príncipe, capital de la hermana República de Haití, provocando cerca de 250,000 muertos, unos 300,000 heridos, 250,000 viviendas destruidas, 30,000 comercios colapsados, 5,000 escuelas destruidas y cerca de un millón y medio de damnificados, siendo esta la mayor tragedia sísmica sufrida por el planeta en los últimos 50 años.

De inmediato la comunidad internacional se expresó libremente ofertando ayudar económicamente al pueblo haitiano para reconstruir una ciudad devastada por un cataclismo local, sin embargo, seis largos meses han pasado y todavía no se ha podido iniciar la reconstrucción de la capital haitiana fruto de la convergencia de varios factores:

1-La oposición política haitiana, los gobiernos comprometidos con la ayuda y gran parte de los organismos internacionales de ayuda temen que los fondos asignados para la reconstrucción sean desviados hacia los bolsillos de los políticos y se evaporen en las largas cadenas de la corrupción, sin aportar una verdadera solución a este grave problema que sufre esa nación.

2-Aun no se ha decidido dónde y cómo reconstruir a la ciudad de Puerto Príncipe, pues los grandes daños no fueron fruto de la magnitud del sismo, ni de la mala calidad de las construcciones, sino de la mala calidad de los suelos arcillosos y arenosos, pues los haitianos olvidaron que el Evangelio de San Mateo dice claramente en su capítulo 7:24-27 que el hombre prudente construye sobre roca y el hombre insensato construye sobre arena, y como la mayor parte de la ciudad de Puerto Príncipe estaba levantada sobre suelos arcillosos y arenosos, existe la preocupación de que un futuro evento sísmico similar vuelva a destruir la ciudad.

3-Esas razones han motivado que el dinero ofertado por la comunidad internacional aun no haya llegado a Haití y se teme que tarde mucho tiempo en llegar, a menos que las dudas anteriores sean resueltas de forma satisfactoria para la comunidad internacional.

Mientras tanto, más de un millón de haitianos, entre niños, adultos y ancianos, hoy viven bajo frágiles tiendas de campaña donadas por los organismos internacionales, y eso produce una gran preocupación en un país insular tropical, donde desde mayo hasta diciembre de cada año existe la alta posibilidad de que una vaguada, una onda tropical, una tormenta o un huracán llegue en cualquier momento, mayormente entre agosto y septiembre.

La comunidad internacional debe dejar a un lado ciertas aprehensiones resultantes de las inconductas administrativas de nuestros países, y pensar que si en agosto o en septiembre llega una tormenta o un huracán, la situación social de los damnificados de Puerto Príncipe se ha de agravar, pues esas tiendas de campaña no resisten la furia de los vientos de tormentas, y mucho menos las embestidas de los vientos huracanados.

Ello ha de llevar a la comunidad internacional a dejar de lado, momentáneamente, la indiferencia social frente a los damnificados haitianos, y comenzar un rápido programa de construcción de viviendas de bajo costo, de al menos 35 metros cuadrados, las que pueden ser levantadas en pocos días mediante una combinación de bloques de concreto y madera, con techo de cinc atornillado, cuyo costo no supera los 3 mil dólares americanos por unidad.

Mientras la situación social de Puerto Príncipe se agrava, la migración haitiana se incrementa hacia nuestro territorio en búsqueda de mejores oportunidades, incrementando la marginalidad, el hacinamiento, el crecimiento de los núcleos urbanos a orillas de ríos y arroyos, el desempleo, los mercados ambulantes bajo los semáforos, la delincuencia y todos los males propios de una sociedad donde faltan muchas oportunidades para el crecimiento social individual y familiar.

Y es esta la razón que nos obliga a los dominicanos a ser parte de la solución al grave problema de la hermana nación, tal y como se hizo desde el mismo día del devastador terremoto, pues es innegable que los dominicanos, incluyendo el gobierno y sus funcionarios, y los venezolanos, fuimos los primeros en llegar a socorrer esta pobre nación caribeña golpeada salvamente por las fuerzas telúricas propias de un planeta activo, cuyas placas tectónicas acumulan y liberan energía sin preguntar quien vive arriba.

El gobierno norteamericano debe ser más efectivo en la ayuda ofertada a Haití, y en lugar de mantener varios helicópteros de guerra sobrevolando permanentemente la ciudad, con un alto costo en combustibles, debía destinar suficientes recursos a la construcción de viviendas modestas y a crear pequeñas fuentes de empleos donde la gente pueda volver a ganarse el sustento diario y así calmar las angustias dejadas por el desastre sísmico.

Lo que se vive en la ciudad de Puerto Príncipe es un drama, un verdadero drama, y la comunidad internacional no puede seguir indiferente ante esa realidad, sobre la base de que si entrega el dinero ofertado a esa nación se escapará a través de los bolsillos rotos de la corrupción, pues estamos convirtiendo a esa ciudad en una bomba de tiempo social, la cual en cualquier momento podría estallar, con resultados iguales o peores a los del terremoto del 12 de enero de 2010.

Los haitianos no tienen la culpa de ser pobres, ni tienen la culpa de que la evolución genética de sus células epidérmicas haya concentrado gran cantidad de melanina para bloquear los negativos efectos de la ultravioleta radiación solar, pero la comunidad internacional, incluidos nosotros, tiene la culpa de haberlos abandonado a su suerte, la que algunos llaman mala suerte.

Estamos a tiempo de reflexionar y de ayudar. Comencemos ya.



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