El microchip de la política

El microchip de la política

El microchip de la política

El ejercicio de oposición política en la cultura dominicana –no importa la bandera que la sustente- lleva intrínseca una  perenne aberración que funciona como una especie de ancla para que estemos siempre en el mismo sitio, como un país atascado.

Por eso nuestro debate público se circunscribe a los mismos problemas de hace 40 años.

¿Cómo opera este extravío?  Consiste en estructurar una oposición vertical, sensacionalista, ausente de propuestas –que es adrede para no dar luz a la instancia de poder que está arriba-, destructiva, catastrófica,  altamente pesimista y, en ciertas circunstancias, sucia y circense.

(Sería interesante que algún avezado siquiatra estudie los niveles de depresión colectiva en la población en tiempos de campaña. Tengo la sospecha – parto de mi caso particular- de que nuestra autoestima se desinfla desde que suenan los tambores del proselitismo que concluye, en términos formales, con las elecciones presidenciales).

El problema central y crítico de la oposición no es esa naturaleza supraindicada, pues es imposible pedir peras al olmo. Tampoco ha de esperarse  que sea indulgente, famélica, acomodada y cómplice. El país no se lo agradecería.

La parte crítica reside en que los partidos políticos pasan de la oposición al poder sin cambiar el microchip.  Y en ese contexto gobiernan haciendo oposición: cambian el librito para no parecerse al anterior, varían el curso de los proyectos de Estado y desmontan estructuras de capital humano formado con recursos públicos.

Ahí se sintetiza, fatalmente, ese mal que denominamos la falta de continuidad del Estado. Al reinventar el gobierno cada cuatro años siempre estamos comenzando. Con frecuencia el reinicio implica dar pasos atrás para borrar huellas anteriores, que equivale a retroceder, como si gobernar fuese sinónimo de deshacer.

El país necesita líderes que miren adelante.

Caminar con la vista hacia atrás trae consigo el riesgo de una colisión, de convertir la gestión pública en una cadena de  accidentes cotidianos, que es también una excusa para no ejecutar. Para algunos esta opción es la más cómoda. Para el país siempre será una desgracia.



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