A Dios no se puede llegar por la razón y la ciencia, porque siendo infinito no puede abarcarlo el limitado entendimiento humano; porque los hombres fácilmente se persuaden de que es falso o dudoso, lo que no quieren que sea verdadero.

Por eso cuando se abre la posibilidad de creer ocurre la maravillosa experiencia de encontrarse con ese Ser Superior que complementa nuestra existencia.

Para encontrarlo no basta con decir yo creo en Dios, ya que “los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2:19).

El que dice creer en Dios y practica el pecado es mentiroso (1 Juan 2:4); Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos, (1 Juan 2:3).

Pero usted dirá: ¿cómo puedo creer en Dios si no lo veo? Se podría decir que no se cree en el amor porque no se ve, que no se cree en el viento porque no se ve, que no se cree en la electricidad porque tampoco se ve.

Pero aunque no se ven son tan reales como las cosas que se ven. Asimismo es Dios, no se ve pero existe.

La duda es una crisis y toda crisis es una posibilidad de cambio. Es uno de los componentes necesarios del proceso que nos conduce hacia una vida plena en Cristo ¿Pero qué hacer con la duda? Aceptarla como una realidad existencial. Pero debemos dudar de la duda antes de dudar de la fe, ya que no es posible agradar a Dios sin tener fe, y para acercarse a Dios uno tiene que creer que existe (Hebreos 11:6).

De modo que, si queremos vivir una vida en plenitud, debemos dejar atrás el escepticismo, el miedo y la incredulidad y empezar a creer.