El juez más severo

El juez más severo

El juez más severo

Dicen que el tiempo lo cura todo, incluso que es capaz de encajar cada cosa en el lugar adecuado. Pero creo que más que el tiempo, es el perdón.

Una palabra que asusta porque para muchos significa dolor, debilidad… pero para mí la mayoría de las veces, es sinónimo de tranquilidad y liberación.

Y hablo del perdón en su estado más sincero, ese que solo se logra con el total convencimiento de que el corazón lo acoge.

No es fácil,porque hoy se premia más la apariencia de fortaleza que la demostración de un sentimiento. Importa más la imagen que el original.

La vida me ha enseñado que el perdón más complicado es el propio, quizá porque implica admitir una equivocación y eso trae consecuencias que no queremos o no podemos encarar. Y cuando lo enfrentamos es más habitual caer en la culpa y el castigo que en el perdón.

Ahí es cuando el corazón sufre sin saber, creyendo que es por algo ajeno, buscando razones y responsables, ya que, realmente, cualquier excusa es buena si da sentido a esa angustia. Aquí sí entra en juego el tiempo porque logra adormecer, aunque no sanar, ese sentimiento.

Hace poco leí que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento es opcional. Duro, pero cierto. Cuando uno logra entender que es algo interno, que nada ni nadie puede solucionarlo es, en ese instante, en el que se comienza a soltar esa carga.

Y qué decir del momento en el que se otorga ese autoperdón, por llamarlo de alguna manera, la liberación es tan profunda que hasta se manifiesta físicamente. Ahí te das cuenta que es preferible ser tu aliado más inteligente que tu juez más severo, el primero te da una solución, el segundo te condena. Tú decides.



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