El Estado debe ser laico

El Estado debe ser laico

El Estado debe ser laico

El Estado dominicano es y debe ser laico, aconfesional, y no lo digo simplemente porque como católico respaldo lo dicho por Francisco, en un entrevista a la revista La Croix, donde señala que: “»Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Esto va contra la Historia. Creo que una laicidad acompañada de una sólida ley que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para avanzar», sino porque el respeto a los Derechos Humanos y a la dignidad de todo ser humano demanda que las creencias religiosas, filosóficas y políticas deben ser asunto personal, y nunca impuestos por Estado alguno.

La lectura de la Biblia, del Corán o de cualquier otro texto religioso, debe quedar fuera de la enseñanza pública que patrocina el Estado. Si alguna familia desea que sus hijos se formen con alguno de esos textos religiosos debe inscribir a sus hijos en escuelas confesionales, que con las nuevas modalidades del MINERD de financiar escuelas católicas y evangélicas resultan gratis para los padres.

Con la misma fuerza que me opongo a que la Biblia, o cualquier otro texto religioso, sea obligatorio en la enseñanza pública, también defiendo la libertad de cultos y creencias de todo ciudadano, pero nunca imponiendo esas creencias o textos en los espacios públicos. Mucha sangre ha costado que tengamos una democracia incipiente y un estado de derecho primitivo para que un grupo de sinvergüenzas políticos y avivatos que se pintan a si mismo como religiosos, intenten imponer sus intereses al resto de la sociedad, o usarlo como escudo para ocultar la corrupción que derrama su pus por tantos ámbitos de la sociedad dominicana.

Los ataques inmorales contra la integridad demostrada por la diputada Faride Raful son pulsiones perversas que tienen como blanco su tenaz lucha porque se investigue los pagos que el Gobierno realizó a Joao Santana. Algunos tontos se han dejado llevar por esa propaganda, pero los que la montaron, ni creen en Dios, ni valoran la Biblia más que un rollo de papel sanitario. Aquí cabe la expresión evangélica de que hay que ser manso como paloma, pero astuto como serpiente, porque es fácil manipular a incautos cuando se tienen todos los recursos del Estado a disposición y una mafiosa red de bocinas.

La experiencia de Fe nunca puede nacer de la imposición, porque pierde su raíz de libertad, tan preciada en los Evangelios. Por experiencia propia conozco demasiados amigos ateos y agnósticos que les mataron la posibilidad de descubrir a Jesucristo como su salvador porque de niños en escuelas católicas y evangélicas les obligaron a lecturas y ritos religiosos. La experiencia para el encuentro con la trascendencia ha de ser generada con libertad y amor en el seno de las familias y las iglesias, no debe ser nunca una asignatura escolar.

Aquellos Estados que han convertido una religión o creencia religiosa como oficial y obligatoria han patrocinado crímenes y genocidios terribles. Por eso Francisco nos remite a la historia como evidencia de semejantes barbaridades. En nuestra tierra tenemos el maravilloso ejemplo del Sermón de Montesinos, cuando un grupo de sacerdotes dominicos reclamaron el respeto por la dignidad humana de los aborígenes y amenazaron con el infierno a los “creyentes españoles” que explotaban a los taínos bajo el supuesto de que la mítica aparición de la virgen en el Santo Cerro legitimaba su dominio económico, político y religioso contra un pueblo manso y pacífico que vivía tranquilamente en esta isla hasta la llegada de los europeos.

La actual Cámara de Diputados que, con honrosas excepciones, medra en el lodazal de la corrupción, busca temas que distraigan la violación a la ley de su presidente y muchos de sus miembros que no presentan sus declaraciones jurada de bienes e impiden que sea investigado el Gobierno y muchos de sus ministros en actos dolosos contrarios a la Constitución y las leyes. En el intento de imponer la Biblia en la enseñanza no hay ni un ápice de espíritu evangélico y mucho de voluntad satánica. ¡El que tenga oídos para oír, oiga!



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