El escape “de película” de Pepillo

El escape “de película” de Pepillo

El escape “de película” de Pepillo

Existen importantes episodios de nuestra historia que son totalmente desconocidos por la mayoría de nuestra población. Leyendo la historia dominicana nos damos cuenta que cada historiador trata los hechos de manera apasionada, tiene sus personajes favoritos y en consecuencia la verdad histórica llega distorsionada al conocimiento general del pueblo.

Una figura de extraordinaria importancia en la historia de nuestra nación es prácticamente desconocida para las grandes mayorías. Nos referimos al general José Antonio Salcedo, mejor conocido como “Pepillo”.

Este apodo le sobrevino por ser Salcedo una persona apuesta, de buen vestir y finos modales, aunque de baja estatura. Salcedo tenía además una muy buena instrucción académica y amplios conocimientos militares. Había participado primeramente como oficial bajo el mando del general Hungría en las guerras de independencia.

Pedro María Archanbault lo describe: “Salcedo era un tipo culto, distinguido, muy inteligente, de carácter algo violento pero generoso. Era rubio, muy blanco, de ojos azules, pequeño de talla, de ademán simpático y de maneras atractivas”. Estos atributos tenían necesariamente que atraer envidias y recelos en el estrecho medio que le correspondió vivir.

Salcedo, paradójicamente, nació en Madrid, pero de familias dominicanas de Montecristi que habían emigrado hacia España alrededor de 1815, regresando al país cuando tenía un año.

El notable general José Hungría, que había participado eficientemente en las guerras independentistas, principalmente en la decisiva batalla de Sabana Larga; pasó a formar filas con el ejército español de ocupación en las guerras de la Restauración.

Este general invitó inicialmente a Pepillo Salcedo a participar del lado español, conociendo por experiencia las capacidades militares de Salcedo, quien le replicó: “En la guerra por la patria luché con usted con gusto, pero en esta ocasión no lo acompaño”.

Salcedo, que había expresado lo antes expuesto sin bajarse de su caballo, salió rápidamente del pueblo y pasando por frente del cuartel militar de los españoles su caballo se espantó por el ruido de cornetas y tambores, expresó delante de los soldados: “Malditos españoles, hasta mi caballo los odia”. Con estas palabras quedaba sellado irremediablemente su futuro en las lides libertarias restauradoras.

En Santiago se había iniciado el principal movimiento conspirador en contra de los españoles, dirigido por el comerciante de origen catalán don Pancholo Viñals y un gran grupo de las principales personalidades de todo el cibao. A esta conspiración se integraron inmediatamente Pepillo Salcedo y Santiago Rodríguez, siendo las dos figuras militares de mayor relieve del movimiento en sus inicios.

La muerte de un empleado de la finca de Pepillo en un confuso pleito por asuntos personales entre ambos trajo como consecuencia que el gobernador español de Santiago, general Buceta hiciera prisionero a Pepillo y lo “trancaron” en la cárcel vieja de dicho pueblo.

La muerte del empleado había sido ocasionada en defensa propia, ya que Pepillo, como hemos dicho, era de baja estatura y en el mencionado duelo cayó al suelo y estaba en situación de desventaja cuando acudió a un cuchillo que siempre portaba e hirió a dicho empleado. Pepillo, no obstante, cargó al individuo con ayuda de otros peones y prestó las primeras curas. Poco tiempo después el sujeto murió y Salcedo fue hecho prisionero.

Buceta y los demás oficiales españoles sabían de las conspiraciones y el papel preponderante de Pepillo por sus dotes militares y su prestigio en la zona.
Fue el momento ideal para su prisión y la segura condena a muerte.

Don Pancholo Viñals, sabedor de la importancia que representaba Salcedo para la conjura, programó el escape de este de la cárcel vieja de Santiago. Para tales fines con una gran suma de dinero compró a todos los centinelas de servicio y en un cigarro envió las instrucciones de escape a Pepillo. En la noche acordada para la espectacular huida, un caballo debidamente preparado y otros prácticos a la orilla del río Yaque esperaban al héroe para cruzar el río y dirigirse a la toma de Dajabón e iniciar la lucha restauradora.

La conspiración de Pancholo Viñals logró enviar al señor José del Carmen Estrella, vestido de mujer para que se acercara de noche a las paredes del patio enviándole la correspondencia que tiraba por un respirador en lo alto de la pared atándole con un cordel.

Quien llevó las instrucciones a Pepillo fue el señor Juan Bautista Pichardo, que aun vivía en 1930 (ver Pedro María Archanbault, “Historia de la Restauración”. Pág. 92).

En horas de la noche se efectuó el escape de Salcedo, los soldados por puro disimulo disparaban al aire y decían: “¡se escapó Pepillo!, ¡se escapó Pepillo!”.

En el río lo esperaba una canoa y del otro lado un brioso caballo y algunos patriotas para llegar a Dajabón e iniciar la lucha.

Pepillo Salcedo, por espacio de dos años dirigió no solamente el ejército restaurador como su comandante en jefe, sino que al mismo tiempo dirigió el gobierno como el primer presidente de la restauración.

Pasado los años, cansado y agotado fue depuesto por una conspiración encabezada por los hermanos Polanco, principalmente Gaspar y fusilado en Puerto Plata en un cobarde acto ordenado por éste.

La principal razón al parecer para ordenar su muerte fue el hecho de que en una reunión en Montecristi entre los jefes militares donde se trataba quien sería el próximo presidente ante la eventual renuncia de Salcedo, éste había mencionado el nombre de Buenaventura Báez como posible candidato.

Esta imprudencia le costó el puesto y la vida; paradójicamente, fue Buenaventura Báez el primer presidente del país al término de la guerra.

Este trascendental evento llevó al padre Meriño a pronunciar su famoso discurso como representante de la Asamblea Nacional: “profundo e inescrutable secreto de la providencia, mientras viajabais por playas extranjeras, ajeno a los grandes acontecimientos que se sucedían en vuestra patria. Cuando pareciais que estabais más alejado del solio presidencial; vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la patria y se os llama a ocupar la primera magistratura. Suceso como éste tiene aún atónitos a muchos que lo contemplan.

Empero yo, que sólo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad, no os prescindiréis en deciros, que en pueblos como el nuestro, es tan fácil venir del destierro a la primera magistratura, como descender de ésta ante las barras del senado”. Obviamente, el primer decreto de Báez fue la expulsión de Meriño del país.

Pepillo Salcedo fue en su inicio la primera espada de la restauración y gobernó alrededor de dos años con el país en armas. Llegó a ostentar el grado de Generalísimo. El primero en el país.



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