¿El Chapulín Colorado?

¿El Chapulín Colorado?

¿El Chapulín Colorado?

Mentir es un vicio terrible, pues el único medio que nos une y nos hace humanos son las palabras. Esta frase de Montaigne parece conectarse a través del tiempo con un viejo proverbio hindú que nos enseña que solo se debe hablar cuando las palabras demuestren ser mejores que el silencio.

Aun siendo inobjetable su contundencia, no me conformo con meditar; y como hoy me siento villano, no voy a privarme de la vanidad que supone hacerlos cómplices de una reflexión mía. 

Nos acompaña una historia que nace en 1492 con la llegada de Colón, que equivale a decir 523 años de convulsiones, de fuerza, de retrocesos, de avances, de solvencia, de independencia, de guerras, de intervenciones, de dictaduras, de cohesión, de un sin fin de cosas que han tallado día a día la identidad de lo que hoy somos.

Tiempo largo en el que hemos librado -casi siempre en solitario- muchas batallas difíciles; pero las contrariedades no han terminado, porque nos espera otra, probablemente la más difícil.

Por ello, estamos compelidos a tomar decisiones que marquen definitivamente nuestras relaciones con un entorno decididamente hostil, y solidificar nuestras aspiraciones para asegurar nuestra supervivencia por encima de imposiciones y de rótulos abominables.

El problema es que no creo posible que un gobierno que no se atrevió a pararle el reloj a la comunidad internacional, que le ha importado poco el país como unidad soberana al no respetar su territorio y que, acaparando la basura ajena, le ha sumado hipocresía a la complicidad, pueda ser un garante digno de nuestro futuro.

Y por más que quisiera yo adornar el resultado, no veo más que un pueblo víctima de un atajo de incapaces, cuya obra cumbre es de la decadencia de la nación y todo lo malo que tiene esta Administración -que es cuantioso- es susceptible de empeorar.

Mientras se proyecta sumisión y se toleran los ataques de demonización de nuestro país, a la vez que se demuestra indiferencia por las fechas y símbolos patrios, el desmontaje del Estado dominicano sigue -con paciencia y disimulo- su curso.

La fusión está más o menos gestionada mediante acuerdos comerciales a través de una afrentosa financiación foránea de proyectos en el lado nuestro de la frontera para los dos países, así como la construcción -en marcha- de poblados o campamentos destinados para los ilegales.

Esto jamás puede considerarse un asunto menor, no obstante -con el perdón de don Pedro Mir-, solo posible en “un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol”, padeciendo de una democracia tullida satinada por políticos revientacajas -cuyo objetivo primordial es la “amnistía fiscal”-, moralmente cuestionables, que se dedican a convertir vicios privados en virtudes públicas.

Y bajo estos parámetros, lo que se nos viene encima es la demolición de nuestra Constitución, la desaparición de nuestros recursos naturales, la destrucción de nuestra economía y postrarnos en el vasallaje de una comunidad internacional deleznable.

No hay que buscar muy lejos, pues en sus hechos pueden verse las entrañas del gobierno que, en las deficiencias que tiene, me bastan para calificar en el ciudadano presidente su mejor caudal de razonamiento y sus intenciones.

Absorto en su propia importancia y ebrio de encuestas delirantes, no ha querido -por exceso o por defecto- darse cuenta de que, al arrebatarle a su pueblo los años de historia que ha tenido y los que pudo haber tenido, actuó como verdugo de sus mejores esperanzas.

Y yo me pregunto, ¿qué señales previas habría de dar un hombre capaz de catapultar a su propio país al precipicio? ¿Qué mosaico monstruoso de señales no fuimos capaces de percibir ninguno de nosotros? Por más que lo intento, no encuentro respuestas… Oh, ¿quién podrá ayudarme…?



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