Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1 Corintios 13: 3-7

Cuando uno decide contraer matrimonio para mí es una de la decisiones más transcendentales en la vida. Este lazo debe ser atado con la fuerza del amor.

El amor es la pizca de sal y pimienta que hace que tenga un sabor especial en una unión de pareja. Cuando condimentamos nuestra unión con amor seremos capaces de sobrellevarla con un espíritu de humildad, tolerancia, comprensión, igualdad, etc., pero sobre todo los celos, ira, pleitos no tendrán cabida en esta unión llena de amor.
Él creó los sabores, los colores.

Él lo creó todo, y lo hizo todo de la abundancia de sus perfecciones. Entonces creó el amor para que la relación del hombre y la mujer tenga cierto sabor especial, para que pueda perdurar hasta que la muerte los separe.

El amor de pareja debe ser romántico pues esto le dará intensidad, compromiso y química sexual, que darán cosas buenas a la vida de pareja.

El matrimonio debería ser algo más que simplemente la coexistencia pacífica. Debe ser llenado con todo el amor, el romance, la pasión, la intimidad y el compromiso que Dios diseñó que tenga.
No se conforme, ame a su pareja eso es lo mejor de Dios.