Diálogo enlazado

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José Mármol

El amigo escritor, historiador, comunicador y coronel activo de la Policía Nacional, Pelagio Lorenzo Morillo, tuvo la cortesía de remitirme algunas preguntas relacionadas con mi modesto quehacer literario y su trayectoria que, amén de haberlas publicado, junto a mis respuestas, en el medio electrónico que tiene a su cargo, quisiera permitirme compartirlas, al menos, parcialmente, con los amables, generosos lectores de esta columna.

¿Existen, me preguntó, la buena y mala literaturas? A lo cual respondí que, como en todo en la vida, existen el bien y el mal, y consecuentemente, las cosas buenas y las cosas malas. Sin embargo, no se reduce la literatura a esa polaridad, a ese dualismo, a esa mirada maniquea.

También existen los matices; es decir, esas calidades tonales que se encuentran entre los extremos. No obstante, lo que debe importar siempre es la buena literatura, la que por su calidad se imponga a toda la basura ‘ light’ que ejerce su supremacía en el comercio editorial de hoy día.

Me comentaba que cotidianamente la sociedad nos golpea el alma con casos atroces de todo tipo de criminalidad y abusos. ¿Cómo incentivaría a la nueva generación al hábito de lectura?, me preguntaba, tratando de encontrar en la educación un factor para contrarrestar el tsunami de la criminalidad y la inseguridad ciudadanas en la sociedad posmoderna.

Le señalé a este respecto, que debemos hacer de la lectura y la escritura hábitos propios de la formación de los estudiantes, desde los niveles iniciales hasta el último grado. La lengua y la literatura no pueden ser reducidas a “asignaturas” del currículum escolar.

La lengua es parte esencial de la integridad del individuo, como persona, como ente activo de una cultura y una sociedad.

La literatura, por su parte, es la mejor forma de entrar en contacto con la plenitud de una lengua, ya sea en forma oral o en forma escrita. Si los maestros y profesores no leen, ¿cómo les podemos pedir que motiven a sus estudiantes a la lectura?

Es ese el círculo vicioso que hay que romper de una vez por todas. No podría nadie poseerse a sí mismo, nos dice Pedro Salinas, sin antes ser poseso de su propia lengua. Esa es la verdadera identidad.

¿Qué le aconsejaría a los escritores que empiezan a hacer pinitos? Así continuó Morillo nuestro diálogo. Le respondí: les aconsejaría, simplemente, que por cada línea que escriban, traten de leer mil. Es una ecuación simple. Pero, fundamental. Cruel y exigente, pero, ineludible al propósito de escribir bien.

Les aconsejaría leer con pasión y escribir con cuidado y con profundo sentido autocrítico. No se llega a ser escritor por velocidad ni como resultado de afanes publicitarios; se llega, sobre todo, por resistencia a las tentaciones de la banalidad y del mercado.

El diálogo imaginario continuó con: ¿Cuáles técnicas utiliza para mantenerse a la vanguardia y obtener los premios en los concursos que usted participa?

A lo que respondí que no escribo para obtener premios, porque los premios son circunstanciales, son una contingencia. La obra escrita, en cambio, debe ser trascendente.

Escribo para mí mismo y para un posible o hipotético lector, que opera como mi alter ego. Es algo que aprendí de Stravinsky. Si ese hipotético lector conecta con mis recursos expresivos y con mi cosmovisión, entonces, habría encuentro o empatía.

No hay estrategias estéticas para ganar premios, aunque muchos crean que sí. Fiarse de ello es un error. Lo importante es tratar de concebir una obra estética particular, independientemente de que gane o pierda premios. Los premios son accesorios. Es la obra misma lo esencial.



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