A cualquier periodista medianamente instruido debe parecerle surrealista el escándalo suscitado por una irresponsable publicación de infundadas declaraciones de un reo atribuyendo motivaciones ligadas dizque al tráfico de órganos al aún por resolverse caso policial de la desaparición de un niña.

La crónica original es ejemplar muestra del peor periodismo, dando por cierto un disparate en boca descalificada.

Peor aún, después del “gaffe”, en vez de rectificar o aclarar, el mismo diario armó todo un cumpleaños inflando desconsideradamente la espuria “noticia”, sin ponderar siquiera cuán absurda es –por razones científicas explicadas en otros periódicos— ni tampoco el daño al turismo, a la donación de órganos y al prestigio del país y su periodismo

¿Cómo puede tanta falta de criterio pasar del reportero al corrector de estilo, al editor y al responsable de la edición, sin levantar alarmas o precauciones?

Los periodistas vivimos hablando pendejadas acerca de la falta de consecuencias por ilícitos, inmoralidades e indelicadezas, pero casi nunca o quizás jamás nos miramos el ombligo para enmendar tras equivocarnos o desbarrar.