Ayer me decía un amigo: “El problema principal de este país es que demasiados dominicanos contemporizan”.

Esa fina manera de quejarse por cómo tantos nos acomodamos a la moralidad o dictamen ajeno por algún respeto o fin particular me sacudió.

Porque es verdad. Hemos ido cediendo de asombro en asombro hasta quedar inmunes ante flagrantes obscenidades como el escándalo por los Tucanos, los manejos e impudicias judiciales, el cretinismo de políticos de arriba, abajo, afuera y adentro; de curas que no evangelizan, policías que no cuidan ni protegen, maestros que no enseñan, médicos que no sanan, abogados que ignoran qué es justo o legal, sindicalistas sin representación obrera, empresarios que no compiten, fiscales que no persiguen ilícitos, periodistas sin criterio, escritores sin lecturas y poetas sin temblor.

¡Todo está pata arriba! En Cuba similar degradación cívica produjo a Fidel; en Venezuela, Chávez subió aclamado por las masas con más popularidad que Danilo. Tenemos que parar. Ver, oír, sentir; que aunque la oposición estólida sea incapaz de hacerlo, debemos salvar nuestra democracia.