Comentaba la semana pasada en televisión que nuestro periodismo atraviesa una terrible crisis deontológica. La filosofía de lo que “debe ser” al ejercer cualquier profesión u oficio se orienta por la ética, una convención basada en valores culturales.
Y cada cultura va decantándose de acuerdo a los conceptos morales, la manera íntima de cada cual para determinar lo bueno y lo malo.
Resulta que entre nosotros impera un sentido tan atrofiado acerca de qué es la bondad y su contraria maldad, que la amoralidad, la condición o cualidad de estar desprovisto de conciencia, supera por mucho la inmoralidad, las acciones divorciadas de las mejores tradiciones. ¿Qué costumbres sanas o buenas pueden ser modélicas cuando el éxito como periodista lo determinan valores distintos a la integridad y honestidad, a la competencia o profundidad, al criterio o la sindéresis?
El periodismo de opinión, que obliga a enjuiciar o valorar lo comentado, es casi imposible o inútil entre interlocutores hablando distintos idiomas. Quizás necesitamos una taxonomía nueva para asegurar que hablamos sobre lo mismo…