Algunas reacciones de mis lectores son asombrosas. Uno, en el culmen de su desesperación huérfana de sindéresis, me enrostró ser un “colector de grasas cerebrales y abdominales”, cuando mi gordura nada tenía que ver con lo discutido, igual a su propia fealdad que no borra ninguna dieta ni tránsito.

Hace unos días una distinguida colega me acusó de ser un “beneficiario” del gobierno de doce años de Balaguer, iniciados cuando yo tenía ocho años de edad. Otro más despistado me endilgó ser “trujillista”, pese a que ¡nací en 1958! Esta semana otro orate “tuiteó” que soy un vocero del Estado, “periodista calabaza”, trepador y rastrero a la vez; este al menos fue ingenioso…

¡Tan buena que es la crema de auyama! Lo triste es que todas estas descalificaciones son meros insultos o ataques personales ajenos por completo a los temas que incordiaron a esos lectores al punto de que se molestaron en responder, aunque “alitraneadamente”.

Es una pena que discusiones que pudieran importar sean apenas malas muestras de irrelevante intolerancia estúpida.