Cada aniversario de la quijotesca guerrilla de Caracoles, un menguante coro de pseudo-liberales engola la voz para elogiar a Caamaño y sugerir que su heroicidad radica en las montañas de Ocoa y no en la zona constitucionalista de 1965.
Paradójicamente, pocos habrían durado mucho en el régimen que Caamaño implantaría, según el modelo cubano, si su quimérica guerrilla hubiera prosperado. Los grandes olvidados, como si fuesen unos malditos, son los militares dominicanos matados por los guerrilleros, porque no fue a tirar flores que vinieron.
Esos pobres guardias caídos en defensa del orden constitucional –el mismo que Caamaño defendía en 1965— no tienen quien les escriba…
Ni tampoco todos los muertos por la violencia de los doce años balagueristas, porque no sólo eran asesinados izquierdistas o inocentes, sino también cientos de guardias y policías. La visión romántica de que aquellos soñadores “revolucionarios” habrían construido una república mejor que la que tenemos es pura bazofia, a juzgar por como les ha ido a sus camaradas que sí alcanzaron el poder en otros países.
