No extraña que el empresariado de Haití apoye (o quizás haya instigado) el atrabiliario cierre del comercio terrestre en perjuicio de los exportadores criollos y -peor aún- de los pobres haitianos.
Desde el inicio mismo de esa pesadilla inacabable que demuestra ser Haití, sus líderes han sido escrupulosamente coherentes con su propósito de sustituir a sus colonizadores franceses en el cruel ejercicio de exprimir hasta la última gota de esperanza o prosperidad a la inmensa masa depauperada.
¿Puede racionalmente estimarse justo prohibir la importación por carretera de la veintena de productos dominicanos más consumidos por los haitianos, debido a la incapacidad de su gobierno para organizar sus aduanas y cobrar impuestos o aranceles?
Este obstáculo al comercio sólo significa encarecer la vida a los pobres, re-dirigir el contrabando, proteger a ineficaces y angurriosos políticos y ricos haitianos.
¿Qué harán la ONU y su Minustah, los “amigos” de Haití? ¿Por qué no les dan otra manita y toman control de las aduanas? Pobre Haití, “auto-fagocitósico” como una culebra (¿o loá?) incesantemente comiendo su propia cola…