Junot Díaz ha demostrado por años que su “amor” por la República Dominicana es muy parecido al que Ezra Pound sentía por sus Estados Unidos.
Y pretende excusar o desmentir sus inveterados ataques a su país de origen con la argucia de que criticar injusticias es esencial a la democracia.
El disenso es uno de los bloques fundamentales de cualquier sociedad abierta en que se respeten los derechos humanos y en eso Junot tiene razón.
Pero el mismo derecho suyo a mentir deformando la realidad en servicio del lobby haitiano y anti-dominicano al cual sirve, lo tenemos quienes nos asqueamos porque Junot explota su éxito comercial como figura modélica, comparando leyes y sentencias dominicanas con las nazis (reiterado en su “desmentido”).
Ello demuestra que las flaquezas y confusiones de sus personajes, seres inseguros, inadaptados y traumados por sentirse excluidos o marginados, son un reflejo de sus propios demonios interiores. Es excelente materia prima para seguir haciendo novelas y cuentos, pero débil y pobre fundamento para sus mentiras políticas.