La política gubernamental y la actitud nacional dominicana hacia Haití es una locura. Pasamos años purgando un sentimiento de culpa por la horrorosa matanza de 1937, cuya magnitud ha sido groseramente inflada según demuestra la ausencia de sitios de entierro.

Llevamos décadas aprovechando la baratura de su mano de obra y al mismo tiempo ayudándoles más que ningún otro país.

Pero mientras en medio siglo los dominicanos hemos construido una democracia y una economía crecientes, en Haití cada día que pasa todo luce peor que ayer. Al negarnos a enfrentar la apabullante realidad de la disolución del estado haitiano, actuamos como quienes insisten en hacer lo mismo esperando resultados distintos cada vez, como los locos.

La realidad haitiana hoy es que Haití está presidida –no gobernada- por un hombre cuyo oficio era bailar casi encuero y con cuentas pendientes en Miami. “Descomplicar” nuestra relación exige cambiar radicalmente: reconocer que aquello ya se pudrió y motivar una real intervención de la ONU.