Comencé a comentar el lunes sobre un “mamífero con cabeza pequeña y hocico grande, orejas tiesas, cuerpo grueso, patas cortas y pelaje gris oscuro; animal muy fecundo, destructor y voraz, que se ceba con preferencia en las sustancias duras”, según tan acertadamente dice el diccionario.

Este señor recientemente dijo sobre sí mismo: “hay una serie de individuos o trepadores que se me acercan y abusan de mi bondad ingenua porque no tengo nada que ocultar”.

Sin asomo alguno de sorna, sarcasmo y ni siquiera ironía, me atrevo a afirmar que verdaderamente debe tratarse de un articulista de ingenua bondad, puesto que muchos de sus pleitos no son suyos. Antes de convertirme en objeto de su iracundia, que incluyó amenazas de muerte por escrito, se decía mi amigo.

Nunca tuvimos ni un sí ni un no hasta que toqué la tecla de un patrocinador suyo a quien toda la sociedad sensata le reclamaba que pagara su luz. Ahí ardió Santiago y el “rongeur” roncó como dragón.