Es curioso que al ocuparse nueva vez de mí, el columnista con nombre de cómico ateniense invoque a Bernard Shaw citando que “la muerte es la forma más extrema de censura”. En “Diatribas” ya dije cuanto creía necesario sobre sus obsesiones.

Pero ante su mención de la parca, excúsenme citar del libro, publicado hace año y medio: “Después de responderle sus ataques personales por la prensa, y de comentar por televisión que a mi juicio sus programas hacen honor a su nombre griego pues son tan entretenidos como los de humor, el Roedor visitó mi oficina –estando yo ausente- acompañado de varios hombres armados con pistolas y dejó una nota manuscrita con una amenaza”.

El morbo entusiasma.

Los dueños y editores lo saben mejor que nadie. Pero, ¿hasta dónde es legítimo darle cancha a los “enragés”, envidiosos demonios sin paz? Cuando en un infierno grande como son los pueblos chicos hay tantas y tantas páginas que llenar, debe entenderse la magnanimidad de los reales dueños del circo.